Diario de León

Atrapados entre tres bandos

En una aldea del triángulo suní, los vecinos temen a los norteamericanos, a los insurgentes y a la violencia sectaria desatada tras la invasión del país en el 2003

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León

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Mehdí Yamas tenía 14 años cuando salió a la puerta de su casa y le metieron un tiro. Murió. Fue hace unas semanas, aquí, en una aldea cercana a Balad, en pleno triángulo suní. Sus amigos y familiares todavía no saben quién lo mató, si los norteamericanos, si los insurgentes o si fueron las milicias chiíes porque era suní. Lo que sí saben es que desde que Estados Unidos invadió el país, se acabó la seguridad. Las luchas entre los insurgentes y los soldados norteamericanos los han pillado a veces en el medio. Ahora la violencia entre suníes y chiíes también les amenaza. «Ahora ya no puedo ni salir por las noches. Incluso si se me pone enfermo un hijo. Los americanos nos dispararían porque creerían que somos insurgentes. Es muy peligroso», dice Jabar Jamal, de 32 años. Este carnicero habla con nosotros mientras degüella un cordero y lo deja desangrar a la manera musulmana. Él lo tiene claro. «Quiero que los norteamericanos se vayan. No me fío de ellos», dice. Y su afirmación resulta especialmente contundente teniendo en cuenta de que lo hace en frente de los soldados estadounidenses que nos escoltan. Tampoco Rahad Sale se calla la boca. «Los americanos han entrado cinco veces en mi casa para buscar armas y esas cosas. Una vez rompieron la puerta de un culatazo y también rompieron los cristales. Nos esposaron y nos tuvieron retenidos. Pero aquí no hay insurgentes, al menos en esta área», dice. Uno de los sargentos norteamericanos no está de acuerdo. «Siempre dicen que no hay insurgentes por aquí y que no saben nada, pero lo cierto es que hemos encontrado varios alijos de armas en esta zona», dice. El infierno de Bagdad Como el resto de Irak, esto está tranquilo hasta que deja de estarlo. Viniendo hacia aquí, poco después de dejar a un lado Balad, una bomba casera ha explotado en los bajos de un vehículo de combate norteamericano que iba unos 200 metros delante de nosotros. Los soldados sólo han tenido heridas leves, pero se los han tenido que llevar al hospital. Farmar Sale, el padre de Rahad, también quiere que los norteamericanos se vayan. Pero antes les pide ayuda para tratar a su hija, que parece tener una deficiencia congénita. El sargento le indica dónde puede conseguir ayuda para su hija. En Bagdad, al lado del hotel Al Rashid. Farmar mira al soldado como si le pidiera que fuera a curar a su hija al mismísimo infierno. «No, no puedo ir a Bagdad. Nadie puede. Nos matarían», dice. Ocurre que Farmar es suní, y que sabe muy bien que ahora Bagdad es, en buena parte, territorio de las milicias chiíes y de sus escuadrones de la muerte que masacran a los suníes. Por eso no va. Abbas, que es chií y natural de Balad, tampoco va. Él trabaja como intérprete para los norteamericanos y por eso, para que no lo maten por colaboracionista, lleva un pasamontañas en la cabeza a pesar de que estaremos a treinta y muchos grados. Abbas no va a Bagdad porque su compañero Saad lo hizo y lo secuestraron por el camino los insurgentes suníes. Apareció muerto poco después. Así las cosas, todos se quedan en casa, e intentan sobrevivir. «No tenemos Gobierno, no tenemos nada. Desde que entraron los americanos en el país, cada grupo vela por sus intereses. Ahora sólo hay suníes y chiíes, y kurdos. Y todos luchan entre ellos. Ya no hay más iraquíes», dice Mahzan Khalife, profesor de la escuela local.

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