Diario de León

| Análisis |

El Líbano, en la incertidumbre

La guerra del 2006 con Israel sumió al país en la parálisis y el miedo, y a Olmert lo empujó al borde de la dimisión

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Miguel A. Murado - beirut
León

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«Vota por Chávez». El car­tel que preside la tienda de campaña no tendría nada de especial si estuviésemos en Caracas; pero esto es Bei­rut, donde parece existir una fuerza misteriosa que lo conduce todo al absurdo político. La tienda del cartel es una de las muchas que ha levantado Hezbolá para poner cerco, literal y figu­radamente, al parlamento prooccidental de Fuad Siniora. Esto, sumado a algún atentado y a los re­cientes secuestros seguidos de asesinato, ha obligado a cerrar el centro de la ciudad con alambre de espino. Los soldados cachean a los vian­dantes, en busca de explosi­vos o armas y, así, una vez más, esta zona de la capital, ahora de inmensos y pul­cros edificios reconstruidos, ha vuelto a convertirse en símbolo del estado en que se encuentra el Estado: pa­rálisis y miedo. Los hombres del Partido de Dios no son la única fuente de suspicacia en la sociedad libanesa. «Vere­mos cómo se da el verano -ironiza Shireen, musul­mana suní, que cuida una tienda de ropa cara en el centro-, todavía no sabe­mos si vendrán los turistas o los israelíes». Se refiere a los cazas que el verano pa­sado destrozaron minucio­samente las infraestructuras del país (5.000 millones de dólares, se acaba de saber), y de paso también dañaron el aún más preciado equi­librio social y político. La inminente caída de Ehud Olmert en Tel Aviv ale­gra pero no tranquiliza. «Vendrá otro peor, quizá Netanyahu», dice Antoine, un empleado de banca que ya vivió de niño el asedio israelí de Beirut, ha vuelto a vivir la guerra del verano pasado. «Cuando a los is­raelíes les va mal, siempre bombardean algo». Ese algo suele ser el Líbano. Otra incertidumbre es la vecina Siria. Sus soldados ya no ocupan el valle de la Beeka, pero sus viñedos y sus colinas doradas no se han librado del gasóleo de los carros de combate: el timorato Ejército libanés está desplegado en los cruces. Hacia el sur están las tropas extranjeras. No trasciende, pero la prensa libanesa describe día sí día no pequeños incidentes en los bastiones de Hezbolá, alguno causado por alguna torpeza de las tropas espa­ñolas. La cosa no va bien del todo. Una tormenta relampa­guea sobre la vecina cordi­llera del antilíbano, corona­da de la blanquísima nieve que da su nombre al país (líbano significa blanco). Es una tormenta sin lluvia, tan sólo ruido y luz. Puede que los problemas que des­puntan en el horizonte sean así también: nada más que ruido sin consecuencias. Pero si la incertidumbre fuese una ideología, ahora mismo, en el Líbano, podría ganar las elecciones y go­bernar. Quizás ya es así.

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