Diario de León

En el PKK no temen a la guerra

Los guerrilleros kurdos aseguran no tener miedo a la guerra mientras se pasean a sus anchas por un territorio donde gozan de la protección y la hospitalidad de sus gentes Erdogan reitera qu

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Javier Otazu - shiranish (Irak)
León

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Los guerrilleros del PKK aseguran no tener miedo a la guerra con Turquía, mientras se pasean a sus anchas por el Kurdistán iraquí y gozan de la protección y la hospitalidad de sus habitantes. En la aldea iraquí de Shiranish, a unos 20 kilómetros en línea recta de la frontera con Turquía, tres guerrilleros del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) turco toman un té con toda tranquilidad en casa de un lugareño. La llegada inesperada de unos periodistas no parece extrañarles. Son dos mujeres y un hombre, entre los 30 y los 40 años, los tres con el traje kurdo y chalecos de camuflaje, armados con fusiles kalashnikov de los que no se separan mientras sorben el té. «Nada de nombres, nada de fotos, nada de grados: aquí todos somos iguales», dice la jefa del comando, que finalmente acepta dar su nombre: Haval, y asegura llevar «quince años con la guerrilla, desde el martirio de mi marido a manos de los turcos». «No, no tenemos miedo: el miedo lo tenemos guardado en una caja bajo llave», dice, en referencia a la posibilidad de un próximo ataque masivo de las fuerzas turcas, que amasan ya 100.000 hombres en la frontera vecina para acabar con los escondrijos del PKK, que se supone dan cobijo a unos 4.000 hombres. Sorprende la familiaridad con la que los tres guerrilleros se pasean por la aldea y saludan a los lugareños: «Vienen casi a diario, unas veces toman el té, otras veces vienen a ver la televisión, y encima nos dan protección», dice un vecino que pide no ser identificado. Y es que el ejército iraquí tiene su puesto cuatro kilómetros más al oeste de Shiranish «y a partir de ahí todo esto es del PKK», asegura el vecino. Haval, que parece ser la jefa del comando porque es la que se comunica con su base con el «walkie-talkie» que suena intermitentemente, no quiere explicar cuántos camaradas viven en la base cercana, distante a solo dos kilómetros del pueblo. Cuentan con sus propios hospitales y con agua de la montaña, pero no con electricidad, y cuando necesitan aprovisionarse de comida o cigarrillos, cuentan con aliados dentro de las aldeas de la zona que bajan hasta la ciudad más próxima, Zakho, para aprovisionarlos. Lo que más indigna a Haval y sus compañeros son las condiciones en que vive su líder, Abdullah Ocalan: »Encerrado entre cuatro paredes sin ventanas, sin poder ver el sol ni oir la radio, mientras que los ocho prisioneros del ejército turco en nuestro poder reciben tratamiento humano. ¿Es esto justo?«, se indigna. De fondo, la televisión turca MMC, que emite desde Europa, no para de transmitir marchas guerreras e imágenes de los «héroes del PKK», mezcladas con una curiosa versión del «Hasta siempre, comandante». «Fíjate en Kuwait, un estado con apenas medio millón de habitantes; nosotros, que somos 40 millones, no solo no tenemos un estado, sino que Turquía no nos permite estudiar en nuestra lengua ni tener nuestras propias radios y televisiones», se indigna el varón, que además del fusil lleva una granada de mano colgando del cinturón. «No somos terroristas, ni nos gusta la violencia: solo queremos disfrutar de nuestros derechos como cualquier pueblo, como los vascos, los palestinos y los marroquíes de Ceuta y Melilla», dice Haval. «Pero al que nosotros más admiramos es a Emiliano Zapata y al subcomandante Marcos», proclaman. Para los tres guerrilleros, tanto Estados Unidos como la Unión Europea y hasta Irak» están jugando a complacer los intereses de Turquía, un estado al que por otra parte ven «con peligro de caer en las redes del islamismo radical», en referencia a la ideología islámica del gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo. Los guerrilleros aseguran que Turquía «ataca a diario, dentro o fuera de sus fronteras, y ni siquiera respeta los derechos de guerra, pues siembra los pueblos kurdos de bombas disfrazadas de juguetes para que les exploten a los niños». «Si nos dan nuestros derechos, estamos dispuestos a bajar de las montañas y volver a Turquía; de lo contrario, no nos asusta la lucha», concluyen. Los vecinos, que conviven a diario con los milicianos, aseguran que no han observado ningún preparativo en los últimos días por parte del PKK, por mucho que soplen vientos de guerra. El ejército iraquí, que sabe cuál es la razón de que por aquellos pagos deambulen extranjeros, mira para otro lado. No puede decirse que molesten ni que controlen al PKK

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