Diario de León
Publicado por
ENRIQUE VÁZQUEZ
León

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TÉCNICAMENTE tienen razón los portavoces militares norteamericanos: nada es distinto porque los soldados muertos en Irak sean 3.990 o 4.010, pero el ejercicio universal del redondeo, una forma de facilitación del ejercicio de memoria, hace el prodigio: hoy y ayer se habla en todo el mundo de la tragedia iraquí, lo que no ocurría hace tres o cuatro días. Más lacónico y fiel a sus hábitos, de una sobriedad expresiva y una adustez que se han hecho proverbiales, el vicepresidente de Estados Unidos, Richard Cheney, lo resumió de otro modo: «lo que ocurre es una de esas tragedias de nuestro mundo», dijo en Israel, donde terminaba una visita oficial. La oposición y organizaciones de derechos humanos se quejan, a su vez, de que los cuatro mil uniformados norteamericanos que han pagado con su vida la invasión en territorio iraquí desplacen casi del todo a los cientos de miles de víctimas, en su inmensa mayoría civiles, que la guerra de invasión y la guerra civil subsiguiente, ha causado. Hay quien prefiere quedarse en unos cien mil (Iraq Body Count) y quien pasa del medio millón (The Lancet). Los profesionales podemos acogernos al socorrido promedio y hablar, de modo realista y moderado, de unos trescientos mil muertos. El sábado, sin ir más lejos, hubo 61 bajas en Irak, de los que eran civiles más de la mitad, con varios niños y mujeres muertos en Diyala por un error de blanco de helicópteros norteamericanos. El incidente, según la fórmula acuñada para este tipo de casos, está bajo investigación. La cifra redonda de cuatro mil, que en seguida dejará de serlo, impacta un poco más porque hay un proceso electoral en Estados Unidos y un candidato, John McCain, quiere perseverar en Irak «hasta la victoria» y otros dos, Clinton y Obama, prometen terminar el conflicto con la repatriación de las tropas, aunque el programa al respecto de Hillary es, por lo menos, ambiguo y poco creíble. Algo sí que es seguro en todo esto: al ordenar la invasión, el presidente de Estados Unidos, George Bush no podía ni imaginar lo sucedido, por no hablar de su discurso de 1 de mayo de 2003 a bordo del portaviones Abraham Lincoln cuando dio por terminada la guerra (sus operaciones centrales) bajo una gran pancarta preparada por sus servicios de relaciones públicas con esta leyenda: misión cumplida.

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