Diario de León
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Opinión | julio de prado reyero

Como se suele decir en estos casos no por esperada la noticia de su muerte pierde sentido ya que en un corto espacio de tiempo nos han dejado para irse a la casa del Padre nada menos que tres de nuestros antiguos Pastores de la Diócesis de León: el modélico y silencioso Pastor Monseñor Larrea, que aunque euskalduno se encarnó maravillosamente entre nosotros ya desde el principio como «El obispo del Cytroen de los 2 Caballos», que murió ya en calidad de Obispo emérito de su tierra vizcaina; Monseñor Vilaplana, un valenciano también integrado en nuestra tierra a quien veíamos ya dese muy de mañana deambular por nuestras calles; lo que sin duda con otros muchísimos méritos le valió el título de «Hijo Adoptivo de la Ciudad» y ahora a don Juan Ángel Belda y Dardiña, de quien muy bien pudiéramos asegurar lo que dijo su paisano y compañero de Cátedra de la Universidad de Deusto, Fernando García Cortazas, lo que aseguró del Papa Benedicto XV que «a pesar de haber sido preparado mejor que nadie para ser el mejor Papa de su tiempo no pudo serlo, porque hubo de dedicarse a otros menesteres no menos nobles, entre los que estaba librar a Europa de la Primera Guerra Mundial y paliar los efectos de sus horrores». La razón fue su muerte muy temprana y Benedicto XVI tuvo la gentileza en gratitud de recuperar su nombre para su Pontificado y la memoria de su herencia.

También él me lo refirió de viva voz: el Papa Pablo VI hubo de convencerlo personalmente para que aceptase la Sede Legionense, haciendo gala el Papa Montini de su finura y conocimientos al esgrimir como una de sus mejores razones que su columna vertebral muy maltrecha pudiera encontrar remedio en una ciudad como la de León dotada de muy buenos servicios sanitarios: No obstante le aseguró que en él encontraría siempre los brazos abiertos para aceptarse con sumo dolor si fuese necesario su renuncia.

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