«Estaba amoratado del todo y ya boqueaba, igual que los peces»

«Estaba totalmente amoratado, boqueaba como los peces y creo que le estaba dando el ataque en ese momento. La rapidez es fundamental en estos casos y a mí no me pilla de nuevas, pero hacer una reanimación sin un compañero sanitario al lado es diferente, es otra sensación». A Jonathan Gil Domínguez no le cambió la vida demasiado el martes. A un cliente de su gasolinera sí: el destino le regaló la segunda oportunidad después de sufrir un infarto de miocardio mientras repostaba. Tuvo la suerte de que el empleado de la estación de servicio hubiera trabajado en el 112 hace apenas dos años.

«Te da un subidón tremendo en el momento, te cargas de adrenalina y lo haces. Pero luego, cuando se ha pasado todo, te vienen las consecuencias de la situación tan estresante que acabas de pasar y el bajón físico es terrible. Parece que te hubieran dado una paliza», reconoce en su domicilio de Onzonilla, donde reside con su mujer y una hija de dos años.

«No me ha llamado nadie», afirma el día después, pero en su voz no hay resentimiento. «La verdad es que la familia bastante tendrá con lo que han vivido y tampoco se necesitan agradecimientos. Actúas con la obligación del deber cumplido y ya está».

Decenas de veces ha contado a sus compañeros de trabajo anécdotas de su época, cuando trabajaba en la ambulancia. «Por eso mi compañera del surtidor (Jacqueline Castro) vino rápidamente a decirme lo que estaba pasando». Un cliente acababa de sufrir un infarto y se le iba la vida por momentos. «Cuando vas en la ambulancia tienes desfibrilador pero claro, en una situación de estas no te lo puedes pensar».

Un año de experiencia en el anterior empleo le sirvió para salvar la vida a la víctima. «No es la primera vez que hago un masaje de reanimación, pero sí es la primera vez que me toca afrontarlo solo y que me pasa fuera de aquel trabajo. Si estás acompañado te da más seguridad, parece. Pero bueno, también reconozco que tengo mucha alegría».