Diario de León

Este tren en el que vamos todos

La marcha se convirtió en un foro reivindicativo ante la situación de León.

bruno moreno / casares

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A.G.PUENTE / A.CABALLERO | LEÓN
León

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La manifestación la abrió Ariel con su bicicleta, como telonero de los guajes de los pueblos que prendían su rabia de la pancarta, y la cerró Antonio Silván cuando ya se había marchado todo el mundo. Entonces, el consejero leonés de Fomento, que iba para casa con bolsas en la mano por el paseo de Salamanca, se cruzó entre los restos de la marcha con el secretario provincial de UGT, Manuel Mayo, y le dio la enhorabuena. Deportividad ante todo, pensó el sindicalista, tras una jornada en la que los leoneses quitaron el foco a los políticos convencidos de que «se acabó el tiempo de las instituciones y toca el de los ciudadanos», como reza uno de los impulsos con los que se promovió la plataforma.

Y con esa encomienda bajaron los paisanos por la vía estrecha del Torío, el Porma, el Esla y el Cea. Una legión de los pueblos amenazados por el futuro de Feve a los que los sindicatos cargaron en autobuses hasta la estación de Matallana. Leoneses con boina y pancartas para pedir «menos hormigón y más integración». Hijos de ferroviarios con la gorra de jefe de estación calada y un rapaz en los brazos, como una herencia. Maquinistas y fogoneros de aquellos que se tiznaban en la Renfe alertados por la pérdida de importancia de un punto que fue nudo ferroviario y ahora se ha convertido en un lío. Vecinos de la capital a los que la integración del tren les suena a éxito de primeros de siglo, cuando Cecilio Vallejo, camuflado ayer entre los ciudadanos, empezó con la cantinela de aquel tranvía que se quedó en humo. Un cabreo muy controlado que dio una demostración de civismo con tanto político alrededor al que lanzar un grito —«¿por qué no te manifestabas cuando gobernabáis?», le preguntaron al socialista Diez— y tantas cosas que reivindicar que se colaron entre las pancartas de las mujeres del carbón, los concejos y Antibióticos a la puerta de la estación de la calle Astorga. «Es que en este tren vamos todos», resumía un pesimista, mientras Saravia leía el manifiesto.

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