Diario de León

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Repasando el mapa de la memoria leonesa referida a la canícula, dulce época aprovechada por el sol para tomar al asalto calles, terrazas y hasta conversaciones, es obligatorio referirse a aquellas verbenas que fueron santo y seña del León ancestral de ritos y credos. Antes de que se popularizasen por las esquinas de los distintos barrios, el antecedente inmediato de las verbenas fueron los saraos que se formaban después del paseo. Llegado el verano, resultaba habitual tener una reunión o tertulia en las casas más distinguidas, que se denominaba ‘sarao’ si iba acompañado de baile. Semejante novedad supuso toda una revolución en las costumbres domésticas, pues potenció la vida social tal como refleja esta noticia aparecida en 1870: entraron en el sarao más de una docena de mujeres de la sociedad leonesa, a cual más bizarra y empapillotada. No cesaban de mudar de puestos y buscarse unas a otras. Andaban de silla en silla echas unas cotorras, pero no dejaban de vigilar a la niña cortejada por un pavo.

Posteriormente llegaría el turno de las verbenas al aire libre durante las tardes y noches veraniegas. Una exhibición de alegría y derroche gracias a la música de la orquesta o el organillo, los farolillos iluminados por lámparas de aceite y el dosel de flores y cadenetas bajo el que cruzaban las parejas en un plebiscito entre los cuerpos. Señoritas ataviadas con mantón de Manila se presentaban acompañadas de sus padres, de alguna prima de edad parecida o de la carabina que ejercía funciones de escudo ante las intentonas masculinas. La sociedad leonesa, joven y no tan joven, era entusiasta de estos simpáticos festejos pensados para que las muchachas encontrasen al príncipe encantado que cambiara sus vidas.

Aparte de las verbenas que se celebraban en Papalaguinda o en el Paseo de la Condesa, destacaban las programadas en el patio de la Diputación, artísticamente adornado para la ocasión con flores y guirnaldas. Eran muy sonadas las que se organizaban a beneficio de la Cultural, sumida antes y ahora en perpetuos problemas económicos. Otras verbenas muy renombradas fueron las convocadas en la cervecería del señor Duport, sita en Ordoño II, que organizaba el Nuevo Recreo Industrial para todos sus socios. La vertiente caritativa constituía un aspecto fundamental en aquellos jolgorios, así que no es de extrañar el éxito que tuvo la verbena aristocrática que se dio en los jardines del bar Azul mediada la década de los 20, cuyas ganancias fueron para las Hermanitas de los Pobres. Las crónicas de la época refieren que, cuando las señoras dieron por terminado el baile, se oían los lamentos de algún galán a quien interrumpieron su idilio apenas comenzado.

LA PULGA

Kermeses de mucho relumbrón fueron las del bar Negresco, que abría sus puertas en el Paseo de la Condesa, justo en la plazoleta con esquina a la calle Colón. Un establecimiento con gran tirón entre los alemanes de la Legión Cóndor, infatigables bebedores de cerveza, en cuyo honor se celebró alguna sonada verbena durante su estancia en la capital. Y muy cerca de allí, en la explanada de San Marcos, sobresalía por su concurrencia y algazara el baile que se organizaba con motivo de la festividad de Santiago, patrón del Arma de Caballería, engalanado siempre de risas y charlas. Frente al majestuoso edificio se entremezclaban los encantadores rumores de las conversaciones frívolas con los galantes piropos dichos a media voz, en noches plenas de ilusión, amor y añoranza.

En determinadas y contadas ocasiones, cuando la autoridad pertinente lo permitía, alguna picardía curiosa e inocentona animaba el cotarro, aprovechando el momento en que la bebida había cumplido su euforizante cometido. Alguien proponía entonces el baile de la pulga, que era una especie de polka. Entre el bailoteo, copeteo y jaripeo, el galán intentaba dar un repaso a la anatomía femenina de su pareja con la excusa de buscar la dichosa pulga. Ya saben: una mano por aquí, otra mano por allá… Pero como nadie está libre de pecado, también la dama amagaba con localizar la pulga en el cuerpo de su adorador. Una ceremonia subida de tono que iba acompañada por la consiguiente canción:

Tengo una pulga dentro de la camisa

que salta y corre y loca se desliza,

por eso quiero poderla yo encontrar

y si la cojo la tengo que matar

JAVIER TOMÉ

PEPE MUÑIZ

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