Diario de León

León da refugio a 38 personas de trece países que huyen de las guerras y la discriminación

Lwan, una madre con sus tres hijos, busca un nuevo futuro tras escapar de Etiopía. Hyam era maestra en Siria y ahora sólo pide ayuda para acabar con la guerra .

Marc muestra en el mapamundi su país, Camerún, del que huyó en compañía de su pareja, Jean Paul.

Marc muestra en el mapamundi su país, Camerún, del que huyó en compañía de su pareja, Jean Paul.

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A. Calvo | León
León

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Las imágenes dramáticas de personas que intentan cada día llegar a Europa para conseguir un futuro mejor para ellos o para sus hijos también tienen su voz en León. Son sirios, ucranianos, venezolanos, cameruneses o palestinos que a través de la Asociación Comisión Católica Española de Migración, conocida como Accem, han conseguido dar un paso más para lograr el ansiado estatus de refugiado con el que muchos sueñan. Huyen de la guerra, de la discriminación o de la vulneración de derechos básicos y en lo que va de año, esta asociación ya ha atendido en su sede de León a 38 personas, muchas de ellas miembros de una misma familia. El alcalde Antonio Silván ya ha anunciado esta misma semana que León se ofrece a convertirse en ciudad de acogida, con el respaldo de varias asociaciones leonesas y del resto de los grupos políticos.

La responsable de Accem León, Encarna García, apunta que cada año suelen atender en la ciudad, a través de las tres viviendas con las que cuenta la asociación, a medio centenar de personas en busca de asilo y que lo que está sucediendo ahora les mantiene «a la expectativa», porque de momento lo que pueda ocurrir está en el aire, en función de lo que decida Europa para intentar buscar una solución que actualmente está desbordando a la política de la Unión Europea. «Nosotros seguiremos trabajando, con los que lleguen y con los que ya están aquí», añade. Por las 18 plazas de residencia que dispone la asociación repartidas en los tres pisos de acogida ya han pasado este año trece nacionalidades, con mayor presencia de sirios, palestinos y cameruneses, como Jean Paul y Marc, que escaparon de su país amenazados por la policía por su condición sexual.

Es el caso de Lwan y sus tres hijos. Están solos. No les queda nada ni nadie. Sólo la esperanza de seguir avanzando y conseguir el estatus de refugiado para iniciar una vida en España. La joven madre está desde hace poco más de tres meses en León con sus tres pequeños de 5, 7 y 9 años, y al relatar su historia se mantiene fuerte ante los niños aunque no puede evitar llorar mientras recuerda cómo la situación de su país y su ex marido han llevado a su familia a un peregrinaje que comenzó entre Eritrea y Etiopía (de donde es su ex marido) y a Sudán, donde cogieron el avión hasta Madrid con pasaportes falsos. Logró llegar a Noruega, donde permanecieron en un campo de refugiados durante tres meses, y desde allí ha sido deportada de nuevo a España como consecuencia del Tratado de Dublín, ya que fue en Barajas donde «me tomaron las huellas», como ella relata entre el español que ya va conociendo y el inglés.

Todos los refugiados participan en clases de español para poder facilitar su integración y una vez que se les da autorización para trabajar —la tarjeta roja que identifica que han iniciado los trámites para conseguir el estatus de refugiado pone esta condición durante un tiempo— se lanzan a la difícil tarea o a cursos de formación para intentar aumentar sus posibilidades. «A pesar de que no hemos notado que haya un aumento cuantitativo de personas, sí que notamos un salto cualitativo, porque muchos regresas para pedir información o formación o conocer cuestiones sobre su estancia legal», explica García.

Lwan sufre por sus hijos: «Yo para ellos soy todo, su madre, su padre, y todo lo demás». Su marido la denunció a la policía tras el divorcio y sus padres fallecieron con motivo de la guerra. Ahora, con la tarjeta roja en la mano de ella y de sus tres pequeños, está pendiente de que se resuelva su situación y le permitan comenzar a trabajar. Tiene experiencia «en salones de belleza» y mientras la burocracia avanza viven con lo que les han prestado en uno de los pisos de acogida que gestiona Accem.

Hyam es siria y no se cansa de repetir que su único deseo es que «ayuden a Siria para que se termine la guerra, la gente no quiere dejar el país, pero la guerra les ha echado». Recuerda cómo los bombardeos rompían los cristales de su casa y cómo el estruendo la despertaba cada noche «con mucho miedo». Con un hijo en Dubai y otro en Alemania, decidió viajar a España con su tercer hijo, donde su marido, médico de profesión, ya residía. Ahora, también está pendiente de conseguir el estatus de refugiada. «España ayuda a la gente, pero se necesita trabajo, por eso todos quieren irse a Alemania», concreta esta maestra de 53 años mientras habla de las penurias que están pasando sus paisanos en las estaciones de trenes de Hungría, en los campos y en los duros y difíciles viajes para llegar a Europa. Le entristece ver la imagen del pequeño Aylan y recuerda que muchos han pagado «mucho dinero para llegar a Europa, pero ellos cogen el dinero y les dejan morir igualmente», dice en relación a las mafias.

Convivencia

«En Siria la gente es estudiada, hay médicos, ingenieros..., la gente preferiría vivir allí, pero ahora necesitan más ayuda de Europa, porque ahora no tienen nada», concreta tras recordar cómo era su casa, su jardín o su coche y la buena convivencia que había entre cristianos y musulmanes antes de que comenzara la guerra. Hyam ya lleva «un año y dos meses» fuera de su país. Ahora está pendiente de encontrar, precisamente, un trabajo para ayudar a la familia ya que su marido está jubilado, pero mientras, continúa con el miedo en el cuerpo y el temor de qué le pueda pasar aún lejos de Siria. Eso sí, ella sigue diciendo como una letanía que lo único que quiere, su anhelo y su esperanza «es que el mundo resuelva la guerra de Siria» para que su país y todos los sirios vuelvan a vivir como antes de la guerra. De España destaca que es un país acogedor, «pero se necesita trabajo para acoger a la gente y eso es muy difícil».

«La gente se ha portado muy bien con nosotros en León, incluso desconocidos les han comprado helados a los niños», comenta con una sonrisa de agradecimiento Lwan. Al salir de la sede de Accem, los tres pequeños se arriman a su madre que los va conduciendo por León con una aparente felicidad para regresar al piso en el que actualmente conviven con otras personas en su misma situación y pendiente de que los pequeños comiencen el colegio.

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