Diario de León
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León

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El último en esta cadena de profetas hebreos fue nuestro San Juan Bautista, nacido en el mismo año 1 aunque unos meses antes que Jesucristo. Era hijo de Zacarías e Isabel y fue consagrado a Dios desde sus primeros días, retirándose al desierto en la adolescencia para hacer vida de eremita. Allí se entregaría a los rigores de la vida sobria y ejemplar, alimentándose de langostas y otros animalitos que apenas podían sobrevivir a tan desnudas y áridas soledades. Conocido por su santidad como «la voz que clama en el desierto», el año 29 d.C. abandonaría su retiro para instalarse en las orillas del río Jordán. Lugar donde predicaría con absoluta convicción la venida del Mesías Salvador, logrando que multitud de sus vecinos judíos le pidieran el bautismo. De ahí nace precisamente el sobrenombre de Bautista con el que ha pasado al santoral cristiano, e incluso afirma la tradición que el propio Jesucristo quiso recibir el bautismo de las aguas del Jordán, impuesto por la mano de nuestro protagonista. Llevado de la estricta moral cristiana de aquella primera época, San Juan Bautista se ganaría la inquina de las autoridades al protestar enérgicamente contra la unión carnal e incestuosa que mantenía Herodes Antipas con su propia cuñada, de nombre Herodías. Su actitud le valió ser encerrado en una prisión, aunque éste no fue el peor de los castigos que habría de recibir. Porque en este momento de la historia parece el personaje de Salomé, la hija de Herodías. Afirma la tradición que esta famosa bailarina estaba enamorada del Bautista, y al no poder satisfacer sus libidinosos deseos, pidió a Herodes la muerte de San Juan, para que acto seguido le sirvieran su cabeza en una bandeja de plata. Un drama sobre el que Oscar Wilde, el escritor irlandés, redactaría una inmortal obra de teatro. Lejos de fabulaciones, San Juan Bautista falleció en el año 31 de nuestra era, mientras que su festividad es noche de hogueras y solsticio.

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