República de Cuba

No se puede decir, precisamente, que hoy nos encontremos en una de las modernas y cosmopolitas avenidas que caracterizan al centro capitalino. No, esta calle nominada en homenaje a la República de Cuba, conocida antaño como la perla del Caribe o la «la última joya de la corona española», es una vía mínima que está ubicada entre el entramado de pequeños y grisáceos bloques que distinguen al barrio de Pinilla. Un enclave humilde y trabajador, incluido en el término municipal de San Andrés, cuya compleja ordenación acometería el renombrado arquitecto Ramón Cañas del Río. La calle discurre entre la arteria que recuerda a la República de Nicaragua y, apenas unos cuantos metros más allá, finaliza en la calle Órbigo, justo en la parte trasera del Centro de Salud que se ocupa del cuidado sanitario de la vecindad. Poco más se puede añadir en el aspecto urbano de una vía sin mayor relevancia social, descontado el título de su rótulo, referido a un país que siempre ha mantenido estrechos y a veces dolorosos lazos con nuestra España. Porque se trata de la última nación que formó parte del esplendoroso imperio hispano, un mosaico de conquistas y posesiones «donde no se ponía el sol». La presencia española en Cuba se remonta a 1492, cuando Cristóbal Colón desembarcó en una isla que bautizó como Juana, pensando que tomaba posesión de otro eslabón en su imaginario trayecto hacia el mítico Catay. Durante su segundo viaje, en 1494, el navegante a la orden de los Reyes Católicos llegaba de nuevo a Cuba, recorriendo la costa hasta alcanzar la actual población de Guantánamo. Durante su singladura por aquellas cálidas aguas sufriría, por vez primera, los devastadores efectos de uno de los frecuentes y temibles huracanes. A partir de comienzos del siglo XVI, la Isla de Cuba comenzó a tener tal pujanza y poderío que la convirtieron en un punto clave del entonces llamado Nuevo Mundo. Una Real Cédula expedida en Valladolid, el año 1513, informaba por vez primera de la llegada de esclavos negros a la isla, constituyendo la auténtica base económica sobre la que se articuló la nación cubana. Un año después, en 1514, el explorador Pánfilo de Narváez fundaba la villa de San Cristóbal de La Habana, reconocida tácitamente como capital apenas unas décadas más tarde. Por fin, el rey Felipe II concedería a La Habana el título de ciudad, al tiempo que sufría los continuos ataques de piratas y corsarios que estaban cegados de codicia por sus deslumbrantes riquezas.