Los verdaderos orígenes de Carmen Lomana
La empresaria nacida en León es hoy una de las mujeres con éxito en los medios de comunicación
Carmen Fernández de Lomana (76 años como Diana cazadora) no es una celebridad ni una socialité. Tampoco es una coleccionista de alta costura. Lleva años cargando con eso, pese a que su acento del noble barrio de Almagro, donde reside en Madrid, podría avalarlo. Pero Lomana es más empresaria que otra cosa y gestora de sus propios bienes, con una economía que ella misma ha adaptado a las necesidades de una mujer que le gusta vivir sola.
No quiere dar explicaciones de su economía porque, de forma acertada, sabe que eso jamás se le preguntaría a un hombre en una entrevista.
Pero, ¿por qué Carmen Lomana ama y defiende tanto León? Hay respuesta. Adriano Gutiérrez y Plácida García Fernández-Getino. Esos dos nombres componen el origen leonés de la empresaria.
Sus abuelos maternos procedían de la población montañesa de Canseco (Cármenes). Las familias habían acordado el matrimonio entre Adriano y la hija mayor de los García Fernández-Getino, pero, cuando se concertó la primera cita, el joven, entonces de 29 años, se enamoró de la hermana menor de su prometida, que entonces contaba con 14 años. La esperó. Y de ese matrimonio de indianos con palacete en la calle Alcázar de Toledo nació Josefa, madre de Carmen Lomana. Por parte de la rama paterna, Lomana tiene abuelos de origen vascofrancés, León y Patrocinio.
El padre de Carmen —de ahí viene su nombre— era Heliodoro Carmelo Fernández de Lomana Pereletegui, que ocupó varios cargos de responsabilidad en el Banco de Bilbao y en el Banco de Santander, como ella misma recuerda en esta entrevista.
«Mis abuelos pasaban largas temporadas en La Habana. Era donde tenían sus negocios», revela. «Pero él siguió, pico y pala». Su madre, ya estabilizada en Sebastián, decidió instalarse en León con su hijo pequeño y su esposo aún en el País Vasco. «Mi madre llegó a odiar San Sebastián por todo el tema político. Yo recuerdo un día que mi madre, que era muy brava, tiró un tiesto a unos borrokas que estaban armando la mundial en la calle».
Fefa, como se la conocía, era una mujer que llamaba especialmente la atención en una ciudad de provincias por su elegancia: «Recuerdo cuando yo tenía 17 o 18 años, ella estaba en su mejor momento como mujer, que eran los 42 años, y ahí es cuando nació Rafael. Ese embarazo tardío la puso mucho más bella todavía». «Cuando me dicen, ¿y tú por qué eres tan elegante? «Porque he tenido un espejo en el que mirarme, mi madre. Nunca, jamás, la vi desarreglada en casa».
Carmen, tras sus estudios y, sobre todo, la enorme influencia de su padre, acabó en Londres con 20 años trabajando como relaciones públicas del Banco Santander. Y allí, con su hermana de visita, conoció al chileno Guillermo Capdevila. Fue en un club de Jazz en Chelsea. Él se acercó a hablarla, pero se hizo la sueca (aprovechó el rubio). Sin bromas, Lomana se quedó ese día enamorada hasta la médula. Y arrepentida porque nunca volverían a encontrase en una ciudad como Londres. El destino les juntó para siempre por casualidad días después. Aunque a Guillermo la desgracia le llegó pronto.
El brillante ingeniero industrial falleció con 49 años en un trágico accidente de tráfico un 8 de enero. «Era muy rojillo pero yo ya me lo estaba trayendo a mi lugar», bromea ahora Carmen Lomana. Un aborto impidió un legado mayor. Ella nunca más se ha vuelto a casar. Incluso después de todo eso quiso ser monja. Pero eso ya es otra historia. Y quedan muchas por contar. Quizá lo haga en su nuevo libro.