Diario de León

Los convenios aumentan la presencia de la Universidad con alumnos y profesores en 70 campus

La ULE afianza sus intercambios con dos campus de Méjico

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McGrady - vegazana
León

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Alto de agujas, lomiliso, armado por delante, el primer valdefresno trotó de salida sin fijeza, se escupió de un caballo a otro, no peleó, se pegó en banderillas una costalada y, al paso o de nuevo al trote, buscó las tablas, que fueron su querencia.Tontón, dormidote, noble, sin gas apenas, siguió la muleta cuando Juan Mora, fuera de las rayas, en la media altura y sin forzar, se la enseñó o se la dejó. Tres trotadas a tablas en manso renuncio y un berreo previo al echarse. Opaco toro. Seguro, firme y fácil, Mora anduvo a gusto en breve faena, de ven y va, bien cortada, práctica y plástica. Un señorial paseo. Y un espadazo desprendidillo .Muy astifino, ofensivo, cabezón, las manos por delante, el cuarto salió midiendo y enterándose, calamocheó y se repuchó en el caballo, se puso andarín y se decantó en banderillas: mansote, dolido, a la espera, buscando irse. Fue en la muleta muy mirón.Amenazaba con ser de tragar paquete. Fría la cabeza, sereno, bastante magistralmente, Mora lo dominó con tres muletazos. Pura naturalidad, sabiduría. Como en un tentadero.Protestado de partida -por flojera o por falta de trapío, o por las dos cosas, o porque sí-, el segundo, de tranco pesado, distraído y con ganas de huirse, se empleó muy desigualmente en el caballo, esperó e hizo hilo en banderillas. Fue en la muleta toro desigual y de poca vida. Topón y sin voluntad por la mano izquierda. Manejable pero a menos por la otra. Al aire del toro en los medios, sin meterse a fondo, Rivera acompañó despegadillo y al hilo del pitón los quince viajes seguros del toro, que se indispuso al final, adelantó por las dos manos y murió manseando. Trabajo más de sobar que de estirarse.Zancudo y sin cuello, muy cargado de carnes, el quinto, que tuvo feas hechuras, vino a ser el más peligroso de la corrida. Rivera lo saludó con larga de rodillas y lances a pies juntos desplazándolo mucho. Bravucón en el caballo, esperó y arreó en banderillas -las dos cosas- y se plantó en la muleta con pésimo estilo: se metió por debajo, pegajoso y andarín buscó por los dos pitones. Sólo cabía la faena de castigo. Y ni eso. Rivera pinchó hasta nueve veces.Largo, ensillado, cuajado, el tercero fue toro encastado.Recibido por Robleño con tres largas cambiadas de rodillas en el tercio, y picado menos de lo debido, fue de los que imponen su ley.Cogió a Robleño hasta tres veces, y no hirió por milagro en banderillas a Ángel Fundi. Rivera le hizo un quite salvador. La primera cogida de Robleño, sólo un acostón, fue en un quite por chicuelinas; la segunda, al abrirse tanto con la muleta que lo vio el toro; la tercera, violentísima cogida, en el embroque de la estocada, ya al tercer intento. De la segunda voltereta, Robleño salió con el rostro empapado de sangre. Y ya no se los limpió hasta el final de la vuelta al ruedo. Salir casi ileso de la feroz cogida de la estocada fue un milagro. La gente se entregó con el torero sin la menor reserva. Porque lo vio prácticamente cogido más veces y porque Robleño no retrocedió. Tampoco acertó con la distancia y el sitio del toro. Sólo contó la angustia. Un sobresaltado y desmedido combate donde marcó reglas siempre el serísimo .

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