Diario de León

«Reciclado de vidrio: coke y luz» Lo que de verdad importa

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León

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¡Hola!, mi nombre es Coke y soy una botella de vidrio de refresco que paso el verano en el populoso barrio de Manhattan. Justo hoy hace dos semanas que nací y es mi primer día en el supermercado. Estoy nerviosa porque no puedo parar ni imaginarme quién será mi propietario, quién pagará por mi. Mientras pensaba en cómo sería esa persona que tanto deseaba ver, se acercó hacia mí un joven de pelo largo y ojos claros. Parecía cansado, pude ver gotas de sudor en su frente, como si acabara de hacer deporte, y sin que me diera tiempo a fijarme más detenidamente en él, abrió con fuerza la puerta transparente de la nevera donde estaba almacenada y me cogió. Qué feliz estaba en ese momento, las burbujas de mi interior estallaban de alegría con cada paso de mi dueño. Todo era fantástico para mí, y al cabo de poco tiempo se sentó en un parque, destapó mi tapón y me empezó a beber. En un momento ya no había nada en mi interior y estaba más concentrada en pensar dónde me llevaría mi dueño que en la realidad. Me imaginaba que todo iba a ser perfecto y que no existiría ninguna preocupación junto a mi dueño, pero después de esta ensoñación me sobresalté cuando me agarró con su mano derecha y me lanzó al interior de un depósito verde donde me encontré con decenas de botellas diferentes, cada una con su propia historia. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué hizo eso? Ya no cabía de felicidad en mí, estaba triste y confundida, qué extraño era todo. Todas me miraban, parecía que querían oír alguna palabra de mi boca, deseaban recibir noticias del exterior, pero el miedo me había paralizado y no sabía qué decir. Empecé por preguntar dónde nos encontrábamos y la botella que estaba a mi lado me contestó muy amablemente: estás en el contenedor de vidrio. Pasaba el tiempo y cada vez se hacía más aburrida la estancia, hasta que súbitamente en plena noche sonó un estruendo fuera del contenedor. Nos recogen, gritó una botella que estaba lejos de mí. Me alegré, pero no tenía ni idea de lo que iba a suceder. El depósito verde se elevaba y, sin más, todas caímos en un contenedor mucho más grande que según decían nos llevaría a reciclarnos. No pregunté qué significaba eso de reciclarse porque todas estaban contentas, por ello, intuí que algo bueno por fin nos esperaba. Cuando llegamos a nuestro destino pude ver cómo separaban concienzudamente restos orgánicos, de metal, de papel, de plástico y de vidrio. Varios camiones, entre ellos el nuestro, vaciaron su contenido y miles de botellas de vidrio comenzamos a atravesar un túnel de lavado. Me invadió una agradable sensación de limpieza y, poco después, un calor sofocante me hizo perder la conciencia. Es Navidad, el canto gregoriano da paso a los villancicos que resuenan por cada uno de los rincones del monasterio. Ahora mi nombre es Luz, y junto con otras bombillas de colores ilumino un cedro enorme al que el poeta definió como «enhiesto surtidor de sombra y sueño». Erika alzó la cabeza y contempló la desolación que la rodeaba. Bajo aquel sol de justicia relucía la tierra seca que hacía pocos años había albergado unos extensos humedales. No recordaba por qué aquella mañana había decidido coger su coche y recorrer los pocos kilómetros que separaban su casa de aquel lugar yermo, quizá simplemente por pensar, quizá por recordar, tal vez ni siquiera tenía un motivo. Cuando llegó a su casa, miró la hora y decidió que comería algo y vería un rato la televisión en cuanto acabasen las noticias, nunca veía las noticias, no le interesaba demasiado lo que ocurría en el mundo. Se acercó al frigorífico y de pronto sintió un escalofrío que le recorrió toda la espalda unido a una extraña sensación que no alcanzaba a comprender pero que en los últimos días notaba con cierta frecuencia, como si algo estuviese ocurriendo a sus espaldas y no fuera capaz de verlo. No le dio más importante y decidió que en lugar de ver la televisión se acostaría un rato para descansar la mente. Cuando se despertó ya era de noche pero no fue eso lo que la sorprendió sino que el sonido de un poderoso viento se podía oír en el exterior, le extraño, ya que no eran típicos en esa época, los cambios bruscos de temperatura. Aseguró las ventanas y regresó a su cama, intentó dormir pero la intensidad del vendaval aumentaba cada vez más. De pronto una ráfaga sacudió su casa y empezó a arrancar su tejado, todo ocurrió muy rápido, la intensidad del viento creció y el techo se le vino encima. Abrió los ojos, pensó que estaba muerta pero casi en ese mismo instante se dio cuenta de que si estuviese muerta no estaría viendo los restos de su tejado encima de la mesa que había evitado que acabase herida. Se levantó como pudo y consiguió llegar hasta el salón de la mayor parte del techo estaba intacta, se fijo en que la televisión seguía entera y (no supo por qué) la encendió. Estaban dando las noticias, esas noticias que nunca veía, y se asombró de ver que en otros lugares del mundo se daban extraños sucesos meteorológicos, terremotos, lluvias torrenciales, temperaturas elevadísimas en lugares muy septentrionales. Miles de personas habían muerto, así como gran cantidad de animales, se decía incluso que algunas especies habían llegado a desaparecer por completo al ubicarse todas en un mismo lugar. -¡No puede ser! -exclamó- ¿Qué ha pasado? ¿cómo han podido ocurrir todas esas desgracias? Mientras se lamentaba en voz alta, en la televisión hablaba un científico que decía: -Nuestros cálculos eran correctos y al fin ha ocurrido lo que tantos años llevábamos prediciendo, aunque los desastres que han ocurrido en los últimos días son sólo la punta del iceberg, lo peor está aún por llegar. -Muy bien, eso es todo por hoy. Los hologramas que representaban el escenario desaparecieron. -Me ha gustado mucho tu manera de lamentarte Erika, parece que no vamos a tener ningún problema el día del estreno. Erika salió del teatro de la ciudad, en el que estaba ensayando una obra sobre lo que ocurrió hace muchos años en el planeta del que vinieron sus antepasados, la Tierra. Mientras se dirigía a su casa pensaba: -No estoy todavía segura de que una obra sobre un planeta que destruyeron sus habitantes por su incompetencia vaya a tener demasiado éxito, pero hay que ganarse la vida.

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