La libertad llega en nubes de pólvora

Desde los jardines de el Melgar hasta la plaza de España, a la que los astorganos prefieren llamar Mayor, los disparos de la fusilería y de los cañones no cesaron en una mañana en la que había ganas de desquitarse de la suspensión de la batalla de Valdeviejas. La tormenta inutilizó mucha pólvora el sábado, pero también dejó disponible mucha más de la que confiaban en utilizar los recreadores, por la que no se veía a soldados de ninguna de las nueve nacionalidades en liza ahorrar disparos.

No faltó trabajo a la organización y a los mismos guerreros en apartar al público del alcance de las armas. Si bien no se añade el proyectil, la explosión de su carga puede causar quemaduras de consideración si alcanzan demasiado cerca a alguien y algunos no parecían dispuestos a colaborar en su intento por hacerse con la mejor instantánea de un soldado de hace doscientos años. También se instruyó al público en cómo esperar el disparo de los cañones —con la boca abierta y los oídos tapados— a fin de evitar daños en los tímpanos, pero las vainas empleadas este año no eran tan ricas en detonante como las de otros años.

Los soldados caían heridos y muertos, para levantarse luego y buscar a sus unidades, con los que seguir guerreando por la calle de Los Sitios, con el palacio episcopal y la Catedral de escenarios, para llegar a la plaza de Santocildes —rendido en el sitio del 2010 y sitiador en el 12— y luego a la de España, donde los invasores capitularon tras sufrir innumerables bajes y sus muertos el pillaje de los menos escrupulosos en las filas española.

Terminada la contienda se recibió al pendón de Clavijo y la presidenta de la Diputación, Isabel Carrasco, y la alcaldesa, Victorina Alonso, pasaron revista a la tropas y los recreadores regalaron a la regidora un recuerdo de la efeméride.