Diario de León

El Willy Fog de sangre omañesa

El ingeniero de Riello, Joan Farrés, de 28 años, y su pareja de 27, la economista Èlia Forcén, renunciaron a su trabajo para dar la vuelta al mundo. Llevan 580 días de viaje. Su casa es el mundo desde hace 580 días y su vida, viajar. Una bendita locura les impulsó hace dos años a romper sus rutinas, dejar sus trabajos en un banco y una consultoría y cargarse a la espalda dos mochilas para emprender su particular aventura alrededor de la Tierra que les ha llevado hasta Las Antípodas, de momento.

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pilar infiesta | redacción
León

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Han probado la rana toro y el escorpión, ascendido a las cumbres del Himalaya y buceado en arrecifes de coral. Saben lo que es dormir dentro de un coche o en casas de desconocidos, cocinar en parrillas callejeras y navegar por el lago Inle, gracias a la hospitalidad de los habitantes de la zona. Todo, por la pasión por viajar, que llevó a Joan Farrés Rabanal, un ingeniero de 28 años licenciado en Física, por cuyas venas corre sangre omañesa, a proponer a su pareja, Élia Forcén, dar la vuelta al mundo. El desafío les ha permitido grabar en sus retinas cientos de paisajes, monumentos y fenómenos naturales, como los fuegos azules del volcán Ijen (Indonesia), las torres Petronas de Kuala Lumpur (Malasia) o el Taj Mahal hindú. También han constatado que las aguas de La Omañuela, en Riello, donde vive el abuelo de Joan y donde siempre ha veraneado su familia, «son las más frías» en las que se ha bañado, incluido el Baikal ruso.

Como ellos mismos recuerdan, regresaban en avión de Japón cuando Joan le planteó a su novia dar una vuelta al Globo. Ella le contestó: «¿estás loco? Se necesita muchísimo dinero y además tendríamos que dejar nuestros trabajos...». La idea parecía aparcada, pero Èlia empezó a navegar por internet y encontró muchos blogs de viajeros que contaban sus experiencias y sus presupuestos. Vieron que sí era posible y, en una conjunción de buena suerte, al cabo de un par de semanas, se organizó el I Congreso de la Vuelta al Mundo en Barcelona, al que acudieron. Tras escuchar los relatos de diez parejas «salimos de allí con más ganas que nunca de empezar la aventura, ya que no necesitabas ser el tío más rico del mundo para hacerlo. Bastaba tener ganas», explican. Ambos vivían entonces en casa de sus padres y ganaban sueldos «normales», así que se dieron un año de plazo para ahorrar y plantear un viaje de 18 meses. Joan dejó su empleo en una consultoría, y, curiosamente, logró más ‘bote’ impartiendo clases particulares que si hubiera continuado con su trabajo de ingeniero. Ella también optó por despedirse del banco, de la familia y los amigos, y comenzaron su periplo. Ya llevan recorriendo el mundo 19 meses y creen «que va para largo porque aún no hemos visto ni la mitad del planeta y no tenemos ninguna gana de volver a España a que nos tomen el pelo y a que nos exploten en el trabajo», admiten. Su primer destino fue San Petersburgo, en Rusia. Evitaron Europa porque ya conocían muchos de sus países y lo consideran «más accesible». De allí saltaron a Mongolia, China, Nepal, India, Maldivas, Malasia, Myanmar, Tailandia, Laos, Vietnam, Filipinas, Camboya, Singapur, Indonesia, Australia y Nueva Zelanda, donde se encuentran.

Èlia se encarga de planificar un poco la ruta y los lugares interesantes que pueden ver en cada destino, aunque introducen cambios sobre la marcha, según lo que encuentren, «el tiempo y las ganas que tengamos y de cómo afectará eso a nuestro presupuesto diario». Al mes, se han fijado un gasto tope de 1.000 euros por persona teniendo en cuenta que en países de Asia gastarían mucho menos y en otros como, Nueva Zelanda, Canadá o EE.UU., bastante más. El control lo realizan con una hoja excel donde apuntan día a día todos los gastos desglosados en transporte, alojamiento, comida, actividades y varios. El desembolso, hasta ahora, asciende a 20.000 euros, unos 630 euros al mes por persona. El 50% se les va en transporte, aunque es «mucho menos de lo que gastaríamos si viviéramos en Barcelona», indican.

Para economizar con los vehículos que alquilan, anuncian su recorrido en la web www.gumtree.com y comparten los gastos del trayecto con otras personas. «Es como hacer de taxista e ir visitando lugares impresionantes», señalan. Para dormir han probado en backpackers, hostales y guesthouse, normalmente con baño compartido. «Intentamos ir a los sitios más baratos que encontramos. Jamás hubiéramos pensado que podíamos alojarnos en ellos, pero el hecho de limitar el presupuesto para poder alargar el viaje al máximo tiene sus consecuencias». En los países más caros como Australia, donde una habitación y baño compartida con 16 personas cuesta entre 25 y 30 dólares por persona, han optado por el couchsurfing (personas que te abren sus casas de forma gratuita).

Viajan con una mochila grande con ropa de unos 13 kilos de peso cada uno y otra pequeña con lo importante (portátil, cables, cámara de fotos, dinero, pasaporte...). En ellas sólo metieron camisetas, pantalones, bañador, ropa interior y algún abrigo, ya que intentaron minimizar las prendas de invierno eligiendo una ruta que les permitiera siempre estar en la época calurosa de cada país y de cada hemisferio. «La verdad es que de las 8 camisetas que llevamos acabamos utilizando sólo 2 ó 3 porque cada día, en el hotel o en el lugar en el que nos alojamos, hemos podido lavar a mano nuestras prendas usadas y dejarlas secar durante la noche. Al final acabas cargando con mucho más de lo que realmente necesitas», constatan. También están seguros de que el viaje les «marcará muchísimo» y les «cambiará como personas». Es una experiencia «impresionante, en la que estamos aprendiendo muchísimas cosas. Somos más abiertos, más tolerantes con ciertas cosas y hemos aprendido a vivir con lo mínimo. Además, tienes que aprender a gestionar tu tiempo y tu dinero porque si no lo haces en dos días te quedas sin un duro y tienes que volver a casa». Su idea, seguir viajando.

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