Diario de León

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El chico que bailaba con su caballo

Manuel Morán, de Villalobar, sorprende por su habilidad como jinete a los 12 años

El muchacho refresca su caballo

El muchacho refresca su caballo

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A. DOMINGO | VILLALOBAR
León

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Lleva inscrito montar en el ADN. Le viene por parte de madre —que recuerda cuando «el único medio de transporte era el caballo, porque no teníamos coche»— y de padre, que siendo aún un bebé le daba paseos en su cabalgadura. Manuel Morán Balsera, del Villalobar (municipio de Ardón), domina el caballo a los 12 años mejor que muchos alumnos educados en escuelas de equitación. Su hermano pequeño, Javi, de 8, le sigue los pasos en una familia en la que «no sabemos montar, sabes ir en caballo», explica su padre, Antonio Morán, ganadero de ovino. El pequeño, sin embargo, no quiere lucirse ante el fotógrafo. «Lo tiró el caballo el otro día y ahora no confía».

Manuel y Javi parten mañana para Torrestío con el ganado, 3.000 ovejas, en busca de los pastos de montaña. Salen «según nos den las notas». Pero este año no subirán a caballo, porque las ovejas de su tío no están acostumbrados a la compañía de semejante animal, como las de su padre, y «le tienen miedo», explica el chico.

El muchacho luce un polo rojo. En la espalda han serigrafiado en letras blancas y grandes «Manuel, a caballo por León», porque son muchas las horas de travesía por la montaña leonesa que ha invertido con su padre y otros aficionados. Antonio Morán reconoce haber hecho «muchas horas a caballo, pero Manuel, para la edad que tiene, ha hecho más que yo».

El pequeño jinete y su caballo, Lucero, ambos de la misma edad, no se funden en uno en sus trotes y galopadas. El chaval es el que manda, el que impone su voluntad del dúo. Su destreza es tal que su madre, Eloina Balsera, asegura haberle visto montar sin silla ni riendas, como hacían los indios en las películas del Oeste. Otros le han visto casi de pie en el lomo de Lucero y poner cintas en una barra con precisión de artista y arrojo. Ayudado de una vara, obliga al caballo a echarse en el suelo. Sin violencia, a un toque en la pata delantera derecha, el animal inclina las manos para tumbar el resto del cuerpo apoyando primero el pecho. Ya echado, Manuel se sube al costado de la bestia, que no se levanta mientras su amo esté encima.

El chico no alardea sobre su destreza; al contrario, se muestra reservado. Asegura que habla con Lucero, aunque no con el lenguaje de las personas.

Eloina Balsera, menos amazona ahora que en otros tiempos, no se muestra temerosa por la afición de sus hijos. Es algo que ha visto desde niña. Su marido posee ocho caballos, «más por capricho que por necesidad», uno de éstos de raza española. Antonio Morán, consciente de la corta edad de los jinetes que él mismo ha formado, aporta prudencia: «Tienes que saber qué entregas a un chaval de estos», porque Lucero «no está entero». Y así, aunque dicen que el caballo del niño «tiene su mal genio», no muestra el brioso orgullo del macho de raza española y que sólo la castración somete.

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