Diario de León

visita episcopal

Monseñor Romero llega a La Cabrera

La iglesia de Robledo de Losada estrena hoy el vitral ventana homenaje al obispo salvadoreño asesinado en 1980 y los mártires de la UCA.

El ventanal de homenaje a Romero y las otras vidrieras ha sido realizadas por Grisallas. S, BERNARDO

El ventanal de homenaje a Romero y las otras vidrieras ha sido realizadas por Grisallas. S, BERNARDO

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ana gaitero | león

La Cabrera funde hoy la vida de dos obispos mártires, San Martín de Tours, titular de la iglesia de Robledo de Losada, y San Romero de América, como se conoce popularmente al beato Óscar Romero, prelado salvadoreño asesinado en 1980 por las fuerzas paramilitares.

El encuentro se produce fundido en los colores que forman sus imágenes en sendas vidrieras, un óculo y una ventana, que, junto con un altar de pizarra que guarda una reliquia de monseñor Romero, serán inaugurados hoy por el obispo de Astorga, José Antonio Menéndez, en el transcurso de una eucaristía.

El acto coincide con el centenario del arzobispo salvadoreño, que se cumplió el pasado 15 de agosto. Óscar Arnulfo Romero Galdámez era el segundo de ocho hermanos. A los 13 años entró en el seminario y a los 24 fue ordenado sacerdote. Estudió en Roma y en 1974, tras regresar a su país, alcanzó el obispado y tres años después el arzobispado.

Un hombre pacífico y más bien conservador, como la describe Manuel Garrido, su conciencia recibió un aldabonazo a raíz del asesinato de su amigo, el jesuita Rutilio Grande, aquel mismo año de 1977. Fue víctima de los escuadrones de la muerte azuzados por «terratenientes y militares furiosos» a causa de sus prédicas.

Romero decide tomar partido y no deja de reclamar justicia, verdad y dignidad durante los tres años siguientes. Desde el púlpito, con las homilías dominicales de la Catedral retransmitidas por la radio con gran audiencia, se convierte en un personaje decisivo de aquel pequeño país.

Su voz salta por las calles cuando, en los atascos, la gente sube el volumen de los aparatos de radio para escucharle. Se convirtió «en la voz de los sin voz desventurados» denunciando al ejército y a los escuadrones paramilitares. No sólo no consiguen acallarle con las presiones en Roma, sino que en 1980, la Universidad de Lovaina le nombra doctor honoris causa y pronuncia un discurso memorable. Fue en el mes de febrero. El domingo 23 de marzo termina la homilía con estas palabras: «En nombre de Dios, les suplico, les ruego, les exijo en nombre de Dios; cese la represión». Ya estaba en el punto de mira. Al día siguiente fue a dar misa a la capilla de un hospitalillo y al empezar la plegaria eucarística cayó abatido por un francotirador,

«Romero se derrumbó ante el altar y la sangre empapó su ropa y se derramó por el suelo», relata Garrido. Nueve años después seguía la guerra civil en El Salvador. Fueron asesinados seis jesuitas y dos mujeres empleadas de hogar, madre e hija, por un batallón de élite del ejército. Son los mártires de la UCA que junto a Rutilio Grande ocupan el otro ventanal de la vidriera. La paz llegó a El Salvador en 1992. Veinticinco años después la parroquia de Robledo de Losada tributa un homenaje a sus precursores.

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