Diario de León
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MARTÍN MARTÍNEZ
León

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QUERIDO hermano: Espero que, al recibo de la presente, te encuentres bien de salud; por aquí bien en ese aspecto aunque el ánimo, como es lógico, anda compungido, que no es para menos con los últimos acontecimientos. Sospecho que estarás afilando el pizarrín, que salga letra fina, porque ahora llega el momento de las demandas para esta azacaneada comarca y Zapatero se ha puesto en el punto de mira; dejó un reguero de promesas que ahora tendrá que cumplir, aunque ya sabes querido que de promesas de políticos y de limosnas de mendicantes libera nos domine . En ese apartado, tengo tres promesas efectuadas por él y sus correligionarios, cuya exigencia es de máxima prioridad. Ahora te las apunto, y a partir de mayo las subrayaremos en rojo, con otra retahíla. Que se vayan acordando del peaje de la autopista Astorga-León; que vayan realizando un estudio de la puesta en valor de la Vía de la Plata; y a la vez que no se olviden de la reapertura de la línea férrea del oeste; cerrar, la cerraron ellos. Y como sabes se cerró un capítulo del desencanto . El miércoles dejamos a Michi Panero reposando entre Leopoldo, su padre, y Juan, su tío. Supongo que, después de tantos años, la mano extendida del padre habrá apretado la transparencia de las del hijo menor. Y estoy seguro, hermano, de que el espíritu de Leopoldo habrá recorrido las estancias vacías de aquella casa que levantara el tío Leoncio, con jardín romántico y fuente seca , alegre por el retorno que Michi inició hace un par de años. Porque José Moisés, al que llamó Mocholes y acabó en Michi, decidió un buen día, después de ser un transgresor, un libertario, un maldito, un animador de la noche madrileña, un crápula como él me aseguraba, decidió, te digo, regresar a casa, recogerse en su Astorga infantil, e intentar redimir aquel su abandono de una casa que fue símbolo literario. Una casa que él y sus hermanos, y su madre, detestaron tanto que acabó en pura ruina. Esa vuelta al útero astorgano no fue, no, el fruto de largas y penosas enfermedades, aunque también, sino el resultado de un reconcomio de años. Te hablo, hermano, de hace diez, quince años tal vez; cuando ya Michi andaba de vuelta de medio mundo, había bajado a los infiernos y la conciencia le comía las entrañas porque sus tías, que les habían comprado la parte de Leopoldo en la casa solar, no querían hacer inversiones dispendiosas. Con toda la razón. Y aquella mala conciencia se fue adueñando de José Moisés, que acabó en Michi; y tiempos hubo en que este tu hermano recibía llamadas telefónicas a horas intempestivas del hijo menor de Leopoldo doliéndose, quejándose de un abandono que ellos mismos provocaron, buscando chivos expiatorios para lavar esa conciencia que él sabía no se podía lavar. Como en el no epitafio de su padre, también él bebió mucho y amó mucho; y llegó un día que, harto de rodar de hospital en hospital, buscó el cobijo de la ciudad que siempre amó; el amor casi materno de Angelines, la abnegada Angelines; la amistad de unos amigos que había dejado hacía muchos años, y la acogida de un pueblo, su pueblo, que le demostró su nobleza; él mismo, más de una vez, se maravillaba de ello. Pienso, y quiero creer, que aquí se ha cerrado el último capítulo de un desencanto ; un epílogo al que han puesto respeto las autoridades astorganas; el amor casi materno de Angelines; el cariño de una familia disgregada, Ricardo y su hijo Álvaro; y el afecto de media docena de amigos, no más, de los de antes y recientes. Su último deseo, su sueño, ver recuperada su casa no lo consiguió. Habrá que esperar, pero se hará, Michi. Estás en casa, donde querías.

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