Diario de León
León

Creado:

Actualizado:

Tal vez sea verdad que el Jueves Santo no termina nunca, que el día se funde con la noche y amanece sin que haya dormido. Tal vez sea verdad porque, en Jueves Santo, es difícil conciliar el sueño en León.

Cuando la ciudad oiga por primera vez, otra vez, en el último segundo que separa el Jueves del Viernes Santo, justo sobre las doce campanadas que anuncian otro día, la letanía de los del Dulce Nombre, los papones de Jesús, llamando a Los Pasos —cuatrocientos y otro año más van— habrán pasado sobre la ciudad veinticuatro horas de procesión.

Apenas recogidos los del Desenclavo y su Ronda Lírico Pasional recorriendo las plazas y callejas que glosó el cronista oficial Luis Pastrana, apenas resguardados en San Marcelo el Cristo de los Balderas y su Vía Crucis de las Siete Palabras cual procesión de ánimas, resonarán de nuevo cornetas y tambores destemplados para anunciar que nada ha acabado aún, que todo está por comenzar.

No habrá cielo azul para el negro y azul de la Bienaventuranza porque dicen los vaticinios que no habrá bonanza, que el día será como el anticipo de la noche, sombrío, frío, desangelado. Que todo será gris hasta que lleguen las tinieblas. Dicen que hasta nevará cuando los de la Bienvanturanza arranquen para su gran procesión del instituto Juan del Encina, dispuestos a elevar sus pasos al cielo, sosteniendo a pulso las tallas, con su paso que es escuela de futuros braceros, el único de León que permite pujar a niños. Y aún así, tal vez la ciudad no falte a su cita con la primera de las cinco procesiones, una ronda a caballo y la ancestral Ronda del Dulce Nombre de Jesús Nazareno que recorrerán León.

Porque Jueves Santo es cita cofrade por excelencia. Reviven otros tiempos, cuando la ciudad era medieval y los caballeros y sus monturas cabalgaban sin carriles ni aceras. Se encarga de recordarlo la cofradía de las Siete palabras de Jesús en la Cruz. Dos balcones y cinco plazas para un pregón. Un pregonero escoltado por caballos. Una tradición recuperada, otra más, para esta semana de Pasión que dura diez días.

Después, cuando el día sea ya casi noche, será tiempo de despedida. Lo simboliza la procesión de los del Poder, en la plaza de la Catedral. Para entonces, habrán salido ya de las Carbajalas la procesión de las chicas, las de María del Dulce Nombre, las paponas ante las que la ciudad se rinde, tal vez porque tuvieron que demostrar que es posible aunque hayan tenido que pasar cuatro siglos, tal vez porque no hacen concesión, tal vez porque impacta su rigor. Sólo mujeres, sólo braceras pujando pasos, sólo hermanas en las filas. Ellas y sus hijas, para las que ya casi no queda un no.

Cuando emboquen la calle Ancha, se encontrarán con el Gran Poder para el acto de la Despedida. Cuando entren en la calle Ancha, no se habrá disipado aún el perfume del incienso de los hermanos y hermanas de Santa Marta y su gran paso, una espectacular Última Cena del imaginero Víctor de los Ríos, el mayor de León, el más grande, el más pesado y uno de los más bellos. Siete toneladas y seis metros que no hay braceros para llevarlo ni calles dónde girar. Por eso, un motor eléctrico carga con su envergadura y sus doce apóstoles y Jesús, en cuyos rostros se reconocieron conocidos leoneses de la época y un reo sin perdón con el que se talló la cara del traidor, el preso que posó para ser quien nadie quiso, Judas.

A incienso olerá también la vieja ciudad que pisaron los romanos en tiempos de Jesús, pues cuentan las crónicas que bajo el asfalto de Santa Marina late Roma misma y sobre esa Roma procesionan los del Desenclavo, que habrán enclavado ya a su Cristo en la cruz, y habrán hecho sonar en el templo las carracas, y habrán hecho llegar las tinieblas para anunciar que la tierra tembló y el sol se eclipsó en la hora misma en la que una cruz fue clavada sobre el Gólgota.

Y será así como León se preparará para la hora en punto de La Ronda. Y escuchará sobrecogida el tambor destemplado, la corneta, una esquila y ocho palabras heredadas: «¡Levantaos hermanitos de Jesús, que ya es hora!». Y será así como se dará la ciudad por enterada, y será así como permanecerá insome, en vísperas. Porque a las 12 en punto de la noche de un día sin fin, el Dulce Nombre de Jesús Nazareno llamará a la procesión de Los Pasos. Y de madrugada, cuando los papones de Jesús extiendan sobre la ciudad la marea de los negros , y por miles acompañen al Nazareno, al Señor de León, otro año más, otro siglo más, tal vez se crucen con los devotos de la única procesión irreverente de todas las Semanas Santas, el Entierro de Genarín, compartiendo calle, en la hora justa en que ya no hay vísperas.

Y será así cuando el gran día empiece sin que haya habido noche.

tracking