Diario de León
León

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Sale hoy a la calle la Virgen del Milagro pero ya nadie lo espera. Está reñido el cielo con esta tierra que aguanta tanto. De siempre. Santa paciencia. Y por esperar, espera a que escampe. Lo que sea. Lo más inmediato, el nublado.

¿Intercederá la Virgen en un asunto menor o dejará que pase lo que tenga que pasar? Ella, que cuentan que ganó para León una guerra, que a las puertas de la ciudad, en el castro sefardí, detuvo la sangría, allí donde dicen que nació la limonada o, al menos, el ritual de ‘matar judíos’ con una dulce mezcla, sólo de copa pues fuera de ella nunca se celebró cóctel entre arrabal y corte. No hubo en 1196 limonada en Puente Castro, donde el río, y sí un baño de sangre. Pero las tropas enemigas, castellanas, claro, quedaron extramuros. Lo habían vaticinado las lágrimas de sangre que lloró la Piedad de la ermita de San Esteban, la del barrio. Pero quien supo de verdad lo que iba a pasar fue el santo y sabio Martino. Así que se llevaron la talla prodigiosa a San Isidoro. Nadie sabe si además se dio protección a las víctimas. Ni a quién se encomendaron las tropas. Pero todo sucedió como de palabra contó Santo Martino. No se le conoce a la Virgen más milagro. Ni a León otro sabio. Descontado, quizá, Antonio Viñayo, abad también de San Isidoro, al que canonizó la gente con el título de don.

De su peana entre el altar mayor y la Capilla de Santo Martino la apean sólo el sábado de Pasión, que da ahora en llamar también de Dolores, vamos, la víspera del Domingo de Ramos. Tiene el privilegio la cofradía más trianera de León, la del larguísimo nombre, la Sacramental y Penitencial Cofradía de Nuestro Padre Jesús Sacramentado y María Santísima de la Piedad Amparo de los Leoneses. Conviene guardar silencio a su paso para escuchar el ‘toque del milagro’, el que hacen las braceras de esta Piedad del XVI durante la procesión. Nadie sabe qué le piden. Tampoco si la súplica es atendida. Porque los aires del sur se quedan para la música y el capirote alto, altísimo, de un metro de alto, que no es costumbre en estas tierras. Bajo las andas, a dos hombros en lugar de uno, hay recogimiento leonés.

Será difícil ver a los papones antes de que arranque el cortejo de la colegiata del santo andaluz, al toque de Jesús de la Esperanza , ‘propiedad’ del Sacramentado, la pieza que compuso Santos Vaquero e interpreta la más sevillana de las bandas leonesas, la del Cristo de la Victoria, que después cerrará maletas y marchará a estremecer con su música al Sur, el lugar donde es conocida como la ‘banda de León’. Será difícil verlos porque tienen prohibido ir con túnica por la calle, salvo que vayan a cubierto con el capillo.

Saldrá la cofradía en procesión sin impedimento, salvo lluvia, aunque haya sido intervenida, no por mandamiento de una canciller con nombre de criatura divina y apellido germano, k incluida, sino por mandato del obispo en persona. Será para ir con los tiempos. Irlanda, Grecia, Portugal, España (ah no, España no), el Sacramentado y Chipre, vayamos con orden.

Que haya hermandad. Este año, en León. En la procesión que lleva ese nombre. Entre Jesús Divino Obrero y la Cofradía Nuestro Padre Jesús Nazareno de La Bañeza. Para contemplar otras formas, otras tallas, este año el Beso de Judas, y otras pujas al son de otras músicas. Tres autobuses llenos, 250 braceros y hermanos de fila de viaje a la Semana Santa de la ciudad. El privilegio que ofrecen quienes sellan concordia y paz y amplían miradas en vez de aguantar. Que eso sí es milagro.

Antes de que llegue la noche y el Vía Crucis de la Bienaventuranza, sentido, austero, bello, con sus sonidos de otro tiempo, con los acordes centenarios de cómo fue la Pasión resonando por el barrio de San Claudio, antes de que eso suceda, la Redención se habrá rendido a los pies de su Cristo de Anchieta y, ay, al recuerdo imborrable de Jorge y Justo Javier, seises, hermanos, para quienes hay memoria. En las Carbajalas. Donde la ciudad deja rastro de su pasado. Del que no se libra ni de milagro.

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