Diario de León
León

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Se cruzarán por las calles las dos letanías del León de Jueves Santo. En la madrugada del gran día. Que quiso la historia, la casualidad, el azar, la suerte, no vayamos más allá, que la plegaria popular y la pagana tuvieran que compartir hora y lugar. La noche del día interminable.

Cuando cumpla la medianoche, la santa llamada se escuchará por primera vez bajo el balcón donde dicen que reside la voluntad popular. Irá el alcalde a abrir el ventanal del viejo Ayuntamiento, tantas farsas allí interpretadas, que fue el gran teatro de León, irá el corregidor a prender las luces para que sepa la ciudad que queda avisada. Advertida al toque de esquila, de corneta y de tambor. Destemplado. Qué frío. Y una voz. «Levantaos, hermanitos de Jesús, que ya es hora».

De noche, toda la noche, la Ronda del Nazareno, la de las cuatro veces centenaria cofradía del Dulce Nombre, recorrerá la ciudad despertándola y dejándola dormir. Por barrios. No tanto la otra, la que ronda a un pellejero de profesión, parroquiano de todas las tabernas de buen y mal vivir en aquel León de escabeche de tino, copina de orujo y bueyes en la calle, 25.000 almas viviendo en un pueblón y todas se reconocían. Genaro Blanco Blanco, de 60 años, y la Ronda del Nazareno, de 318 entonces, se cruzaron el 29 de marzo de 1929 en el tercer cubo de la muralla, allí donde la ciudad comenzaba a perder su nombre y los hombres su decencia. Amanecía. Fue la última vez.

Al pellejero, del que en vida se conocía su afición por el orujo y su aversión al agua, en igual medida, lo atropelló el primer camión de la basura de León y fue convertido en santo por llevar la contraria, por escandalizar y contravenir autorizaciones y autoridades. Hay que entender. Que de siempre es santa la madrugada de ese día. Y por siglos obligación comulgar con lo que había.

Cuando la marea de los negros, por miles, se dirija a la gran procesión, se cruzará con la otra gran procesión que, por miles también, o más, habrá recorrido la ciudad recitando versos y bebiendo orujo en honor al santo pellejero y borrachín que tiene letanía. «Y siguiendo sus costumbres, que nunca fueron un lujo, bebamos en su memoria, una copina de orujo». Y cena. Y postre. De queso y naranja, de crema de orujo y avellanas, ofrendas que una confitería de toda la vida, Asturias, que en León dicen La Asturiana, a la vuelta de los papones de Jesús, en la revuelta de Santa Nonia, ha convertido en manjar. ‘Genarines’ se llaman. Convienen.

Siguen, así, cruzándose, en el nuevo siglo. Sin encontrarse. Los del Nazareno y los del Genarín. En la noche más santa. Para los dos. Costumbre hecha tradición. Las dos.

Haya paz y diversidad. Conviene también. Por los siglos de los siglos.

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