Diario de León
León

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De madrugada, en el minuto primero del día en que todo vuelve a comenzar porque todo ha acabado ya, habrán sonado las campanas de las iglesias, de las parroquias, de la basílica y la Catedral. El aviso. El anuncio de que la santa semana, la que dura diez días, la que va de viernes a domingo pasando por otro domingo y otro viernes, acaba de acabar.

Tocan a gloria las campanas de todos los campanarios recién comenzado el domingo de alegría, el de mayor tristeza, paradojas, para el papón. Lo harán de nuevo a las doce en punto del mediodía, cuando los del Jesús Divino Obrero retiren el luto a León.

Se sumirá la ciudad en sus ruidos, apagando el sonido celestial de las cornetas y tambores, de las agrupaciones musicales, de las viejas carracas. Que así debe sonar el cielo.

A gloria lo hacen las bandas de esta Pasión leonesa. Las agrupaciones de músicos papones. De Angustias y la Bienaventuranza, del Santo Sepulcro y las Siete Palabras, del Dulce Nombre y su ‘Luz de Jerusalén’ enlazada al himno, a la salida del Nazareno, como si fueran uno, y su redoble de tambor, a la derecha de la calle, brilante. Sonido del corazón, latido de la madre, membrana de la vida. Les debe a estos músicos de pasión un homenaje la Semana Santa de León. Ahora que todo empezó. De nuevo. Por los siglos de los siglos. Otra vez. Amén.

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