Diario de León
Víctor Gordón junto a  Belén y Diana, sus compañeras de escolta.

Víctor Gordón junto a Belén y Diana, sus compañeras de escolta.

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Una promesa por un familiar enfermo. Esa fue la chispa que encendió su desconsolada alma en aquella Semana Santa de 1994, la razón de peso que le empujó a convertirse en escolta del Nazareno y del Cristo de las Banderas. Por aquel entonces era casi una tradición extinta, un antiguo recuerdo que empezaba a perderse en el cajón de sastre de la memoria colectiva. Hoy, un cuarto de siglo después, Víctor Alfonso Gordón Álvarez no se vestirá de gala para acompañar al Señor de León por las calles del viejo Reino. Su misión está cumplida. Es hora ya para el descanso del guerrero.

Junto a Víctor, por la Semana de Pasión leonesa han ido desfilando una larga lista de guardias civiles en prácticamente todas las cofradías de la ciudad. Resulta difícil no verles apostados en cada esquina de un paso. Siempre serenos, firmes y sin perder la entereza. Cada uno con sus motivos, pero todos con la entrega y el compromiso por bandera. Es su particular forma de procesionar, de sacrificarse voluntariamente como cualquier otro papón en pos de una verdad mucho más profunda. Un misterio que no todo el mundo llega a comprender. «Cada año que he sido escolta ha sido especial. Lo he hecho por amor a la Semana Santa, es un sentimiento muy personal», relata Víctor con los ojos perdidos entre la nostalgia y el agradecimiento a un Dios por el que no ha temido las críticas ni el desgaste físico. Y en 24 años ha habido de las dos cosas. Llevar el paso lento no es sencillo. Conlleva una disciplina enorme y después de horas resulta agotador. Reconoce que salir junto al Nazareno supone un orgullo enorme, pero siente el mismo amor y respeto por todas las imágenes que ha escoltado, que son incontables, en todo este tiempo. «Personalmente creo que la escolta de un paso ofrece una visión más cercana de la Guardia Civil».

Anécdotas hay miles, pero una especialmente le saca media sonrisa. «Una vez un niño quiso estrecharme la mano durante la procesión, nosotros tenemos que ir serios, con la mirada al frente y en un primer momento ni siquiera vi la intención de aquel chaval. El pequeño le preguntó a su padre si nosotros también dábamos la mano, a lo que le contestó que no. Así que al escucharle y viendo la cara triste del crío, decidí saltarme el protocolo por una vez y le di un fuerte apretón de manos».

Siete son los escoltas que este Viernes Santo saldrán junto al Nazareno, pero en la parte delantera, a la derecha, ya no estará Víctor, que sin embargo verá pasar a ‘los trece’ desde un lugar muy meditado que se guarda para él. Con todos esos compañeros de batallas ha forjado una amistad que nada podría romper. Una ‘cofradía’ que se seguirá reuniendo las veces que haga falta y más cuando la cosa se ponga fea. «Mentiría si no te dijese que voy a echar mucho de menos a Belén, Diana, Luismi, Caballero, Yoli, Pili y Mencía. Ha habido muchos más, pero con ellos la complicidad ha sido máxima».

Puede que en el futuro se enfunde el traje verde y regrese de alguna manera e incluso que algún hermano le deje hacer unas tiradas para quitarse el gusanillo. Pero ahora toca ver los toros desde la barrera, contemplar desde el silencio cómo su labor contribuyó a dignificar nuevamente eso de escoltar a un paso. Solo Dios y él saben el precio real de los servicios prestados. Y así debe ser. Por cierto, el familiar enfermo por el que todo esto empezó, vive y está completamente sano.

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