Diario de León

Publicado por
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
León

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Las Ollerías

Joaquín Pérez Azaústre. Premio Fundación Loewe. Ed. Visor, Madrid, 2011. 76 pp.

A sus treinta y cinco años, Joaquín Pérez Azaústre dispone de argumentos suficientes para ser considerado, con tres novelas y cinco poemarios, uno de nuestros escritores con horizonte más despejado. Es además un escritor brillante, con recursos de vario tipo, con gran sentido del ritmo y con capacidad para poetizar y trascender cualquier hecho o vivencia recordada. El título nuevo, Las Ollerías , remite a una avenida de Córdoba, patria chica del poeta, que la transforma, según él mismo afirma, en «espacio simbólico de la memoria». A la memoria se alude desde el comienzo: «Si la memoria curva arde en los arcos...». Al lucimiento de los libros anteriores une ahora el poeta un sentido reflexivo que atraviesa la corteza de los hechos poetizados para ceñirse a la pulpa. Ese marchamo reflexivo es el que proyecta la memoria hacia una cima mayor que el mero recuerdo personal o familiar. Así sucede, por ejemplo, con la historia relatada en «La malmuerta» -“la joven encerrada en vida en una mazmorra por creerla infiel-”, que se proyecta sobre la vida de todos, acaso también «encerrados en esa torre». Probablemente, cada poema precisa de más de una lectura: la primera para dejarse acunar por el oleaje del ritmo; la segunda para conducirse en la luz indagadora propuesta por el poeta.

El poema suele originarse en un recuerdo, constituyéndose en evocación del mismo, pero elevándose a un sentido vital, pues de lo que se trata es de fijar las huellas que, además de construir el poema, lo fortalecen a uno mismo. «Escribo como recuerdo, / escribo para acordarme de mí mismo». Y añade: «No se trata tanto de realismo / ni de una actitud artificial», sino de «recoger todos los fragmentos de la foto / para poder guardarla en el armario / de las horas futuras». A un sentido simbólico se eleva la evocación en poemas como «La zanja», por citar uno de ellos: el padre, con un pie a cada lado de la zanja, alza al niño en brazos para sortearla: «Y entonces yo ya estaba al otro lado / de la zanja y de toda la semana... / yo sólo pude verle, a través de los años, / desde este mismo lado de la zanja».

Parece lógico que la reflexión del poeta desembocara en la poesía misma y en la posible actitud confesional de la suya. «La poesía no debe ser confesional, / porque todos tenemos una historia», piensa el poeta; pero sabe también que esa historia no todos saben convertirla en artificio verbal, en ficción, en esa poesía que «ha de ser mentira en su verdad objetiva»; aunque asoma la duda: la poesía, «¿por qué no puede ser, hoy nada más, una verdad honrada?»; es decir, confesión, pulsión directamente expresada, sin filtros intermedios. Pero el artificio es propio del arte, como indica la palabra, y por tanto de la poesía. Sólo a través del mismo, la verdad del poeta se universaliza y podemos hacerla nuestra.

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