Diario de León

Publicado por
J. E. MARTÍNEZ
León

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Vidrio y alambre

José Luis Rodríguez García. Ed. Eclipsados, Zaragoza, 2011. 68 pp.

Filósofo y poeta, poeta y narrador, José Luis Rodríguez sigue desovando sus versos, sus poemas, sus libros, con admirable constancia. Vidrio y alambre es el último poemario, construido sobre los cimientos de la desilusión vital. Uno de los poemas, «Sin título», puede entenderse como una poética que incide en dicha tonalidad: «Escribes que es inútil vivir»; la página en blanco es habitáculo del hastío, pero aunque destile tristeza, la palabra poética «concede un pobre sentido a los días amargos». Una poética del consuelo o del desconsuelo, según como se mire. La tarde mortecina es en el primer poema, el ámbito apropiado para tal estado de ánimo, al igual que Auschwitz se convierte en la imagen de la crueldad del hombre: «Nosotros nos preguntábamos cómo es posible / tal aniquilación, / geométrica». «Nadie» y «nada» son signos que, por su reiteración, van alzando las carencias del vivir, el aliento de la supervivencia en un siglo de muerte. El poeta evita referencias directas; es el lector el que debe ir sobreponiendo esos signos del desconsuelo colectivo, sintiéndose parte del «Nosotros» (título de la parte primera del poemario), de los nosotros heridos, exiliados de todo, hundidos en la nada. Colaboran no poco en la ambientación de estos poemas de oscuridad los símiles que, de cuando en cuando, acuden al poema; un par de ejemplos: «La tarde mortecina como el cristal sucio que los animales / han lamido...»; «Hora del fuego. Viene / como lengua de hechicero, / como enredadera que crece hilando miradas aterradas».

«Odisea», segunda sección, es un único poema estructurado en tres momentos de sentido paralelo: la ilusión frustrada. Imaginar, soñar y desear son los verbos en los que cifra la ilusión; pero cada uno de ellos sufre brusca ruptura: a la imaginación del consuelo vital sucede la resignación del acostumbrarse «a delirar / al cobijo de la campana sin badajo»; al sueño de amor, el retorno «al solar del hastío / para esperar el paso de la muerte»; al deseo de una vida con sentido, «el aliento cansino..., la irrefrenable maldición de la noche».

La sección final se titula «Descripciones»: siluetas, fragmentos de vidas, sombras, flashes... Todo parece caminar hacia la muerte. De ahí que el tiempo, en perpetua gira, tenga ominosa presencia: «Otro día, lunes, do- / mingo, semana enloquecida, todas las semanas / como aire, se / van, otro día». Noria absurda. El viento «que viene como olvido», es el símbolo de ese tiempo feroz que arrastra todo, dejando sólo «huellas de olvido»: «Todo se desvanecerá», «todo es marchitarse». Queda la sensación de que siempre es tarde para cualquier cosa que se intente.

La de José Luis Rodríguez no es una poesía complaciente. No busca la tranquilidad del lector, sino el sacudimiento. Nos vacía, nos golpea; la belleza es un ámbito difícil, porque en el horizonte hay siempre una nube sombría que se llama muerte.

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