Diario de León

Publicado por
J. E. M.
León

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Muñecas recortables

Julia Conejo Alonso. Premio Joaquín Benito de Lucas 2010, Colección Melibea (Talavera de la Reina), Toledo, 2011. 80 pp.

Pocos casos resultan tan estimulantes como el encuentro con una voz nueva, nueva no sólo porque la oímos por vez primera, sino también porque es distinta, como esa flor que en el campo nos sorprende por su aroma desconocido. Es lo que ocurre cuando abrimos las páginas del primer libro publicado de Julia Conejo. Si hacemos caso al título y al primer poema, nos despierta de golpe del sueño de la infancia con estos versos rotundos: «Porque en cualquier rincón de Jersey / siempre es verano del 91 / y siempre hay un teléfono que suena / para anunciar la muerte de mi padre». Y ese «siempre» afirma que ese sonido funesto sigue percutiendo en el alma. Afirma también que la emoción que mueve a la poeta es la que hace brotar el poema. Más aún, que esa emoción es transitiva: acaso nada mejor pueda pedirse a la poesía. La emoción surge en parte del recuerdo del padre en los años duros de su enfermedad, como sucede en «El día en que cumplí dieciocho años», poema entrañable, conmovedor; o nace del dolor de su ausencia, como en el poema que cierra el libro, en el que aparece la figura del padre comprensivo y, como en el poema inicial, siempre presente: «En algún rincón de esta vieja casa... / tú sigues contando...».

Otra cualidad de la poesía de J. Conejo es la delicadeza, un decir con suavidad y finura y un fiar parte del efecto poético a la insinuación, de modo que con el poema no termina la conmoción anímica, pues las palabras siguen vibrando internamente. Léase, por ejemplo, «Naturaleza y color»: la anécdota infantil del cambio de cromos lleva a la niña evocada a considerarse la más afortunada del mundo: «Tenía nueve años. / Y no te conocía»; en este final se nos sugiere que la verdadera fortuna llegó cuando conoció a ese ser personalizado en el pronombre «te». Es, por otra parte, una poesía que rebosa afectuosidad, algo que puede colegirse o sentirse en cada poema, pero que en alguno es absolutamente explícita: «Hay en mi piel un exceso de ternura. / Una acumulación exagerada / de abrazos contenidos». La contención preside la expresión de la emoción, que, sin embargo, mana de cada poema, porque el poema mismo nació y creció de un fondo emocional que suele adensarse en los versos finales.

Lo dicho puede hacer pensar que hablamos de una poesía delicuescente. No es así porque refleja realidades amargas (heridas, soledad, dolor, etc.) que dan lugar a imágenes plenas de originalidad y viveza: «Debajo de las sábanas / no caben / las esquinas desnudas de los gritos del viento. / No revientan las alas de los buitres / en su viaje final por el túnel del dolor». La imaginación siempre despierta de la poeta encamina al lector a un final sentimentalmente cercano; por otro lado, la tonalidad que emerge de esta poesía roza con la amargura, pues en el fondo expresa «el entramado amargo de mi alma». Hay recuerdos cuajados de tristeza, «ilusiones equívocas» que se extinguen como «la belleza de un paisaje nevado», sueños perdidos, una «maraña de fraudes y emboscadas / que la vida despliega ante nosotros»; hay una especie de decaimiento («Todos llegamos a la meta / en el último puesto»), de regreso de los sueños a la realidad. Hay, en suma, conciencia de vivir vertida en una poesía sin aparente artificio, pero perfectamente guiada por la emoción contenida.

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