Diario de León

Se ha derrumbado el puente con mis pasos

Publicado por
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
León

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El cielo de las cosas

Pelayo Fueyo. Introducción de L. Bagué Quílez. Ed. KRK, Oviedo, 2011. 68 pp.

Autor de media docena de poemarios y presente en algunas de las antologías más conocidas de los últimos veinte años, Pelayo Fueyo (Gijón, 1967) nos entrega ahora El cielo de las cosas , un libro de veintiún poemas muy breves (micropoemas los llamo, en correspondencia con los microrrelatos): seis versos es la media aproximada. Estos datos enuncian ciertas obviedades previas incluso a la lectura: lo que el poema pierde en extensión ha de ganarlo en intensidad. Añadía el poeta italiano Montale que del poema breve al poema oscuro sólo había un paso y que el poema oscuro lo es porque acumula sentidos y suprasentidos que hacen del poema «el más definido correlativo de la experiencia interior»; entiendo que siempre que un poema de ese tipo no sea un sinsentido. El poema muy breve, si no es una simpleza, es necesariamente elíptico, concentrado y ajeno a la narratividad, más propia de la extensión; denso e intenso, el poema breve, si no son solo palabras disparadas o disparatadas, prescinde de hojarasca retórica y camina hacia un centro inmediato. «Carpe diem» es un poema de cuatro versos: «No te acostumbres tan pronto a la tierra; / deja de cultivar el pensamiento. / Que te insemine el hombre que deseas, / y dé luz a las hojas de tu cuerpo». Fueyo ha prescindido de elementos tradicionales del tópico que da por supuestos: la belleza de la joven, por ejemplo, mientras que ha resumido el «Coged de vuestra alegre primavera / el dulce fruto» en el gozo del sexo; es original, en cambio, la metáfora del último verso, como lo es el requerimiento de entregarse a lo sensorial y no sólo al pensamiento. El poema revitaliza el viejo tópico, extraordinariamente presente, por cierto, en la poesía actual bajo nuevas formas. Revitalizar lo viejo para que parezca nuevo es lo que pedían para la verdadera poesía tanto Herrera como después Ortega. Otro problema del micropoema es que o dice mucho (al menos, lo pretende) o apenas dice nada. De ahí que pida un lector esforzado que indaga si hay mucho (o si hay algo) en lo poco. Pelayo Fueyo tiende a sorprender con lo acaso inesperado en el último o en los dos últimos versos. Repárese, por ejemplo, en «La nube», seis versos, los cinco primeros trazados como símiles: «Como un brochaza de blanco titanio... / y todo lo que huye, / es la nube»; pero el verdadero sentido del poema se adensa o concentra en el último verso: la nube es «reserva metafórica para la poesía» en su pretensión, entiendo, de retener lo fugaz que la nube puede simbolizar. Por lo demás, hay poemas muy conseguidos, entre los que prefiero «Los dos fuegos», poetización de la memoria y el deseo, del pasado y el futuro, dos nadas que cobijan un presente inexistente.

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