Diario de León

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Los solaces del presbítero

A DON JOSÉ DÍEZ MONAR (1886-1975), POLÍGRAFO IMPENITENTE Y PROFUSO, NO LE GUSTABA QUE LO LLAMARAN CURA O CLÉRIGO, SINO PRESBÍTERO. AQUEL ANTOJO RESPONDÍA A SU DETERMINACIÓN DE CONVERTIR EN MÁS AMPULOSO SU DISCRETO EMPLEO ECLESIÁSTICO. . . divergente

El religioso y escritor José Díaz Monar

El religioso y escritor José Díaz Monar

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Recaló en Carrocera, que es mi pueblo, después de la guerra, buscando sosiego para una salud frágil y estragada, incapaz ya de aguantar los bríos de Madrid. La casa de Carrocera se la construyeron los vecinos en hacendera y a toda prisa, aprovechando licencias dominicales. El pacto era que a su muerte volvería al pueblo, aunque al final no fue así y la saldó el obispado. Vinculado afectiva y ancilarmente al linaje señorial de Benllera y más tarde a los oficios religiosos del hotel Oliden (reposo de toreros de éxito y hospedaje de la alta ingeniería ambulante), este «cultísimo publicista» tocó todos los palos (historia, sociología, arte, literatura, sagrada escritura, religión y piedad, acción católica, teatro, periodismo y miscelánea) «con las exquisiteces de su ágil y brillante pluma». Fue su decir: los entrecomillados pertenecen al folleto promocional de la Historia de Campo Sagrado (1952), editada a sus expensas aunque con el riesgo cubierto por solventes patrocinios. Un libro que «no debe faltar en la biblioteca de todo buen patriota, sobre todo si es leonés». Todavía, en aquel repliegue de la vida, picaba alto.

PUBLICISTA POLÉMICO

Había nacido en León y fue ordenado en 1911. Tuvo como madrina de altar a doña Bernarda Cuenllas, la Señorita de Benllera, quien le regaló un cáliz de plata del diecisiete con el escudo y la leyenda de Tusinos. Aquella pieza se esfumó en Madrid durante la guerra. Culminó su meritoriaje en diversas capellanías urbanas y como plumilla de este diario, donde alcanzó la jefatura de redacción. Pronto dio el salto a Madrid, donde vivió una etapa de esplendor vinculado a los servicios de propaganda de Fomento Social y de Acción Católica, organización para la que elaboró, en los años treinta, los muy difundidos Manuales Monar, con prólogo del cardenal Segura. Arrancan en 1932 y abordan asuntos candentes, como el compromiso político de sus militantes o el rechazo del feminismo y del laicismo, lacras de la vida moderna. Monar no era un intruso sobrevenido a estos debates, pues ya diez años antes había polemizado sobre el sindicalismo de clase, acorchado en sus ideales «por la sequedad de corazón». Por qué no fui al entierro de Pablo Iglesias (1926) fue uno de sus títulos de esta etapa.

ÉXITOS REPUBLICANOS

En los años republicanos, Monar tuvo un par de éxitos relevantes. Entre 1933 y 1934, anotó la edición popular de la Biblia , traducida un siglo antes por el obispo de Astorga Félix Torres Amat (1772-1847). Esta versión, reconocida por su excelente castellano, arrastraba los plomos del plagio y además fue tachada de poco ortodoxa por los integristas del diecinueve, reproche que precipitó el amargo final del prelado. Parece que la labor del obispo se limitó a glosar con buen estilo la traducción del desterrado jesuita Petisco, después de haberle negado el permiso de edición y quedarse con su manuscrito. El rescate de Monar rozó el millón de ejemplares. Un par de años después, firmó una precursora Guía turística de España (Guía del Clero), ilustrada con fotos, grabados, mapas y multitud de datos prácticos. La guerra acabó con su posición en Madrid y aunque trató de engancharse en Burgos y en otras ciudades de la retaguardia a los nuevos aires, ya no encontró acogida a sus ofrecimientos. Precisamente, en esos años de refriega propuso en Cruz votiva (Burgos, 1937) la erección de un monumento conmemorativo del Movimiento Nacional (con planos de un arquitecto madrileño incluidos), y en Misión española (1938), la organización de una embajada de propaganda españolista en América, pero nadie consideró sus ocurrencias.

LOS VERSOS DEL RETORNO

Así que plegó velas y se recluyó en León, combinando el discreto pasar de su capellanía en el Oliden, sus labores en la Comisión de Monumentos (que presidió entre 1958 y 1961) y los veraneos de Carrocera. Entonces acendró los trenos de su musa literaria. Ya había publicado en Madrid Azul celeste (1930), selección de cuentos y leyendas, una repleta galería de teatro didáctico e incluso la historieta infantil Pánfilo y Lucas, con el dibujante Surroca. La apuesta definitiva fue la serie poética Mis rimas , una cascada de ocho libros de versos publicados a sus expensas a lo largo de 1954 con el aliño de una precaria poética que aspira a trasladar a la dicción literaria la armonía de la esfera divina. Tras semejante despliegue de ripios piadosos, jocosos, urbanos, provinciales y pueblerinos, vino la indolencia de un desencanto que apenas atemperó la desazón de aquel fracaso. Así, con la vista ya muy mermada por la diabetes, prolongó la melancolía de sus días evocando los buenos tiempos de Madrid, cuando desde la Casa de Escritores Católicos sembraba de artículos los periódicos afines de la prensa nacional y extranjera. En la galería de Carrocera entretenía las tardes ociosas de estío repasando álbumes con el testimonio amarillento y quebradizo de aquellos éxitos. Tan remotos que pertenecían a otro tiempo.

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