Diario de León

«Los humanos somos bichos de posguerra»

El leonés Luis Mateo Díez sitúa en la posguerra ‘La soledad de los perdidos’, su novela más ambiciosa.

El escritor y académico leonés sostiene en la mano su última novela

El escritor y académico leonés sostiene en la mano su última novela

León

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Posguerra en Balma, la ciudad de sombra. Un maestro, Ambrosio Leda, que debe huir ante una purga inminente... ‘La soledad de los perdidos’ es la última y más ambiciosa novela del leonés Luis Mateo Díez

Habla como escribe. Parece escoger las palabras o, lo que es más orprendente, le salen solas. Con su lenguaje pulido y exquisito, como cabe esperar de quien ocupa el sillón ‘I’ de la RAE, cuenta los secretos de La soledad perdida , su última novela; la mejor que ha escrito, según su editorial.

—¿Por qué casi todas sus novelas transcurren en lugares fantasmales y ruinosos?

—Porque he necesitado crearme unos territorios personales, en los que encuentro el espejo de la vida o de la condición humana desde esa simbología. Lo fantasmal y lo ruinoso pertenecen a ese interior. También hay algo de la propia experiencia de mi vida, sobre todo en mi infancia de posguerra y juventud provincial, que fue la percepción de vivir en un sitio donde una ciudad antigua y monumental, de esas que parece que rompen el tiempo y van hacia la eternidad, se había convertido en una ciudad vieja, oscura fantasmagórica y de ruina.

—¿Ambrosio Leda es el perfecto antihéroe?

—Es el prototipo del héroe del fracaso. Un hombre bueno, que tiene que abandonar el ámbito en el que vive, cercenar los afectos y hace una huida equivocada. Huye porque le van a hacer una depuración, se va para salvaguardar a su familia y, sin embargo, todo ese terrible sacrificio no contribuye a un mínimo de equilibrio de felicidad entre la gente que dejó. En su abandono, en tener que metamorfosearse, que ser otra persona y adquirir una condición casi de indigente para subsistir, está la grandeza de su perdición y de su soledad.

—El humor ha estado presente en muchas de sus novelas, pero en ‘La soledad de los perdidos’ es esencial, con un humor valleinclanesco...

—Siempre mis novelas tienen un punto tragicómico. A veces han sido leídas desde la parte trágica y han resultado desesperanzadoras y se ha olvidado el componente cómico. A lo mejor, La fuente de la edad tenía más elementos de comicidad y de extravagancia, pero siempre fluctúo entre lo trágico y lo cómico, que son dos elementos cruciales de la condición humana. El humor es un elemento de lucidez y para que veamos en el espejo lo ridículos que somos. Es cierto que en La soledad de los perdidos está más esa tradición valleinclanesca que tanto me gusta.

—La editorial afirma que es su mejor novela...

—La editorial, como se lee poco y se vende menos, hace una apuesta. Decir por mi parte que es mi mejor novela es exagerado, aunque estaría encantado, porque es la última. Sí es la más ambiciosa, no por la complejidad de su estructura, la extensión que tiene y lo que me ha costado escribirla, sino porque está en un límite en el que retomo muchas fuentes que han nutrido mi mundo de escritor.

—¿La madurez es un grado? ¿Se pierde frescura y se gana calidad literaria con los años?

—Es un riesgo. En ese sentido, hay que vigilarse. La madurez da un mayor grado de conocimiento, tanto en la experiencia de la vida como en la escritura, lo cual es un aval importante para que tu mundo sea más rico y fascinante, pero para que sea así requiere plantearse cada novela como un reto, por encima de todo lo demás. Es lógico que el estilo se depure y se pierda espontaneidad.

—¿Usted es su lector más despiadado? ¿Quién tiene el privilegio de ser el primer lector de sus libros?

—Sí soy muy exigente y mi primer lector, como es lógico. Tengo la costumbre, una vez que termino el libro, de meterlo en el congelador y dejarlo mucho tiempo; tanto, que a veces me olvido de él. Mis libros aparecen bastante tiempo después de estar escritos. Eso me permite una primera lectura posterior en la distancia muy importante. Durante mucho tiempo me han leído en la cercanía Margarita, mi mujer, así como dos grandes amigos y lectores fieles, pero críticos, que son José María Merino y Manuel Longares.

—La guerra marca los tiempos de ‘La soledad de los perdidos’, ¿es la posguerra que vivió en Villablino?

—Es una posguerra simbólica. Soy un niño de la posguerra, que viví en un mundo especial que fue el Valle de Laciana, donde como en tantos otros territorios estaba lo que quedaba después de una victoria miserable y de una derrota terrible. Quedaba la desgracia y el sufrimiento, el ruido del remordimiento, la impiedad y la piedad de la gente oscura... De la posguerra tengo hoy día un sentido simbólico. Los humanos somos bichos de posguerra. Parece que vivimos siempre después de una atrocidad enorme y en el desamparo del secreto de un tiempo que siempre nos tiene desasosegados. Eso es una metáfora. En el libro he hecho un viaje a un tiempo de posguerra donde hay elementos que pudieran repercutir en emociones y en sensaciones muy actuales. No hay elementos políticos o sociológicos, porque el tiempo es el de una posguerra inmovilizada.

—¿Alguna vez le han planteado que enseñe sus célebres cuadernos de notas?

—Sí, son ya conocidos. Son hoy día mis únicos originales manuscritos, porque todo lo hago al ordenador. Es cierto que los cuadernos despiertan mucha curiosidad; están llenos de dibujos de mis nietos. No son extensos, pero son como cuadernos de bitácora, donde anoto las cosas que me acompañan mientras escribo la novela. Algunos los he donado a la Biblioteca Nacional, otros a la de la RAE y otros andan por casa un poco extraviados.

—Cuando se enfrenta a una nueva novela, ¿tiene todos los cabos atados antes de empezar a escribir o la propia historia va cambiando conforme la escribe?

—La historia va cambiando. Cuando empiezo a escribir tengo previsiones; una idea poética y sugestiva que va a metamorfosearse y a producir los elementos suficientes para que derive en una trama y en unos personajes. Eso son, precisamente, los cuadernos. Lo primero que hago cuando tengo una idea es comprar un cuaderno. Eso dura un tiempo, hasta que cuaja y siento que tengo la posibilidad de escribir la primera frase de la novela, que es como encender la primera bombilla de ese mundo en el que me voy a meter. Hay muchos apuntes, pero me concedo todas las libertades. La novela luego se inventa y se reinventa. Tengo fuertes sensaciones en algún momento de que la novela se está escribiendo por sí sola. Hay páginas que están escritas como si alguien me las dictara.

—¿En su cabeza le pone rostro a los personajes?

—No. Esa es una razón por la que los nombres de los personajes son tan peculiares. El rostro no se lo veo nunca. Apenas hago descripciones fisionómicas. Lo que tiene mucha peculiaridad son los nombres, que a veces son topónimos o inventados, pero poco habituales y hasta exagerados. Un crítico dijo una vez que mis personajes son sagrados. No sé a qué se refería, pero me halagó mucho.

—¿Cuál es su compromiso con la literatura?

—Es fundamentalmente un compromiso artístico, con lo que el arte tiene de capacidad de expresar lo que somos de otra manera. Es un compromiso de indagación en el alma humana, en lo secreto, en el lado oscuro, pero sobre todo, es un compromiso con la escritura, con mi propia lengua y con la tradición a la que pertenezco. El arte literario tiene que llegar siempre al placer de la palabra.

—¿Rechazaría el Premio Cervantes como Javier Marías?

—No, no , en absoluto. No soy un hombre que haya sobrevivido en la atención de los premios, pero todos los que me han dado me han encantado. Me parecen regalos generosos. Las razones de Marías me parecen perfectamente respetables.

—¿León se acabará convirtiendo en Celama?

—No. Celama es un territorio imaginario que tiene mucho compromiso directo con paisajes de mi tierra. Lo que no se puede negar es que León tiene un rostro literario, porque somos muchos escritores. Toda esta proliferación de buena literatura ha contribuido a que León sea una provincia literaria y que fuera sea muy conocida como tal.

—Un aeropuerto sin vuelos, autovías como la A-60 que llevan a ninguna parte, el AVE que tendremos que coger en un apeadero... ¿León también está fuera de la realidad?

—Sí, León está en una realidad llena de fisuras, como la que inunda las sensaciones que perturban a Ambrosio Leda. León no ha tenido suerte con los políticos o ha tenido peor suerte que otros territorios. Da la impresión de que nos hemos quedado más dejados de la mano que en otros sitios. Si viajas te das cuenta de que este es un país con fuertes desigualdades territoriales.

—¿Alguna vez ha encontrado una errata o falta de ortografía en sus libros?

—Sí, claro. Aunque uno trabaja con editoriales con buenos correctores, suele suceder. Con el ímpetu de la creatividad estás más allá de las normas. Los escritores son los francotiradores del lenguaje.

—¿Y no le da rabia?

—Sí. He aborrecido algún libro mío porque hubo algo corregido y salió sin la corrección.

—¿Sería capaz de contestar a cada pregunta de esta entrevista en 140 caracteres, como Twitter?

—No. Admiro el progreso, que afianza unas maneras de vivir de más calidad, pero en la revolución tecnológica he tomado alguna decisión persronal. Me interesó el ordenador, pero no las redes sociales; no por aversión, sino por falta de tiempo. No me gusta la televisión, pero sí el televisor, que me ha permitido hacer un repaso de la historia del cine, que era una de las mayores frustraciones que tenía en mi vida. Con la edad soy más avaro con el tiempo.

—¿Por qué con la cantidad de buenos escritores que hay en España ninguno ha ganado el Nobel?

—El último fue Cela. El Nobel es un premio muy importante que tiene muchísimos requerimientos y, seguramente, una fuerte aureola política. Parece que se concede por lenguas, por compromisos personales...

—¿Se ha autoimpuesto escribir un libro al año?

—No. De lo que sí he tomado conciencia es de ser un escritor prolífico. No es una decisión. Me percaté de que tengo un mundo muy amplio, que mi imaginación funciona con fortaleza. Se me ocurren muchas historias y la experiencia de la ficción, como experiencia vital, me ha venido muy bien. Sería absurdo forzar la maquinaria o repetir mi mundo, mis tramas y mis personajes. Igual un día las historias se acaban y ese día se acabaron las novelas y no pasa más.

—Hay quien cree que hay una rivalidad entre usted y José María Merino...

—Es lo más disparatado y absurdo. Hay una amistad de esas fuertes desde que se inició. Entre nosotros no hay ni siquiera emulación, ha habido siempre ayuda. No hay mayor alegría en Merino que cualquier cosa buena que me pase a mí y no hay nada bueno que le pase a Merino que no sea para mí la mayor satisfacción.

—¿Qué libros les regalaría a Rajoy, a Artur Mas, a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias?

—A todos les regalaría libros de autoayuda.

—¿Sirven para algo?

—No lo sé, pero me da la impresión de que los necesitan. También les regalaría mi última novela. Soy muy generoso en eso dar mis libros. Así tendrían la oportunidad de vivir una noche perturbadora y zozobrante...

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