Diario de León

«Lo esencial es escribir, no importa dónde»

Pablo Gonz, con raíces en Cofiñal, vive y escribe desde la casa que alzó en un remoto bosque chileno .

El autor, tomándose un descanso durante la construcción de la que hoy es su vivienda

El autor, tomándose un descanso durante la construcción de la que hoy es su vivienda

Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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La respuesta sucinta sería «por amor». Como tantas veces ocurre. Pero Pablo Gonz (nacido Pablo González Cuesta en Sevilla, año de 1968, aunque con sólidos anclajes en el pueblo leonés de Cofiñal) hace convivir su amor hacia una persona concreta con una incendiaria pasión por la escritura, siempre cultivada con inmensa fidelidad. Y lo hace desde un lugar realmente poco habitual: una casa de madera que levantó con sus propias manos hace catorce años en pleno bosque primario chileno, la llamada ‘selva valdiviana’, una húmeda región densamente poblada de coníferas y especies endémicas.

«La ausencia de electricidad contribuye a que la vida sea más placentera».

Esta insólita afirmación pertenece a Pablo Gonz, un novelista y microcuentista cuya vida diaria discurre de modo muy poco convencional

Sucede también que el espíritu trashumante le ha venido acompañando desde la niñez más temprana. Avatares familiares hicieron que hasta los tres años viviera en Sao Paulo (Brasil), y que a esa edad se trasladaran a Barcelona. Entre 1976 y 1/media/diariodeleon/images/2015/09/27/991.jpg vivió en Madrid, la ciudad de su infancia y primera juventud, para residir a continuación un año en Múnich (Alemania) y de España saltar después a su actual refugio, situado a unos diez kilómetros de la ciudad chilena de Valdivia. Pero, ¿cómo pasa una persona —que además ejerce el inestable oficio de narrador— de ciudades populosas a un bosque solitario? «Llegué a Valdivia en 1999, en un viaje de tres meses con un amigo. Estando aquí conocí a quien ahora es mi mujer, y comencé a venir con cierta frecuencia. En el año 2001 decidí quedarme, como suelo decir, de momento definitivamente. Y sí, la respuesta resumida sería ‘por amor’».

Hay preguntas que se imponen necesariamente al conocer que levantó su hogar con prácticamente sus propios medios. ¿Tenía experiencia en esas labores? ¿Y cómo recuerda Pablo Gonz aquella peripecia? «No, no tenía experiencia previa como constructor... pero sí como mueblista. Pensé que levantar una casa era como hacer un armario gigantesco, y así empecé. Antes de ponerme materialmente a ello me di algunas vueltas por unas obras y preguntaba a los maestros. Cuando me decían: ‘Póngale palo de dos pulgadas’, yo pensaba: ‘Le pondré de tres’, y al final le ponía de cuatro. La casa me salió bastante robusta, claro, y como siempre que se hace algo con pasión, me costó alguna pérdida de salud. Trabajamos sólo dos hombres durante seis meses, y hoy puedo decir que no le recomiendo la experiencia a nadie que no esté acostumbrado a trabajos pesados».

Pero, ¿cómo diablos sobrevive un escritor a la falta de electricidad y de agua corriente? «Bueno, tengo agua pero no proviene de una conducción municipal sino de un arroyo que nace cerca de mi parcela... A veces, cuando llueve con violencia, el arroyo se enturbia y hay que hervirla para poder beberla. Por lo demás, es cristalina y sabrosa. En cuanto a la electricidad, no es necesaria para desarrollar una vida normal. De hecho, la ausencia de electricidad contribuye a que la vida sea más placentera. Y además, cuando la necesito, bajo a la ciudad y la uso».

Seguimos escéptimos y le preguntamos, vía red social —que consulta en la ciudad—, si no frecuenta círculos, tertulias y presentaciones cuando hoy parece que todas esas figuraciones resultan vitales. «Para ser autor, lo único imprescindible es escribir. Las relaciones sociales y profesionales también forman parte del trabajo pero no son imprescindibles... Un extremo: el del ‘autor’ que frecuenta círculos, tertulias y presentaciones pero no escribe nada. En mi caso particular, si me relaciono profesionalmente con alguien es porque con esa persona me une algún afecto positivo».

¿Es que estamos ante un seguidor acérrimo de Henry David Thoreau, pacifista, ecologista y apóstol de la vida serena, esa que promovió en Walden, la vida en los bosques? «He leído sus dos obras centrales, Walden y La desobediencia civil, pero no me siento seguidor suyo, quizás porque, muy en la línea del pensamiento norteamericano en general, su postura es individualista. Les pasa lo mismo a los principales pensadores anarquistas de Estados Unidos: Lysander Spooner, Josiah Warren y Benjamin Tucker. En el ruso Piotr Kropotkin y sus anarcocomunistas (de tendencia claramente colectivista) encuentro fuentes de inspiración más saludables», argumenta.

Gonz presentó la reedición de su novela Libertad, un inquietante ejercicio de futurismo, en la capital leonesa el pasado mes de mayo —su amor por esta tierra es grande, todos los años de su mocedad acudió a Cofiñal a veranear (y a ayudar en la hierba)—, pero , ¿en qué ocupa su tiempo ahora mismo? «Actualmente estoy leyendo literatura inglesa del siglo XIX (Austen y Dickens, en concreto). Para mí la lectura no es una instancia de preparación de la escritura. Así como respirar se compone de inspiración y espiración; la literatura es lectura y escritura. En otras palabras, cuando leo, cocreo la obra, o sea, contribuyo determinantemente a una de sus posibles escrituras. Y cuando escribo, amplío las posibilidades de lectura en el mundo —sentencia—. En este momento me hallo en la necesidad de leer a los autores que dije antes. Quizás en el futuro se me ocurra una idea y me visiten las fuerzas para escribirla. O quizás no. Un autor debe considerar seriamente la posibilidad de que después del último libro que ha escrito no llegue ningún otro».

En la tres fotos superiores, de arriba a abajo y a la izquierda, la estructura del primer piso una vez finalizada; el paisaje de bosque valdiviano que se divisa desde el edificio; a la derecha macetones recién sembrados con la casa al fondo. «Pensé que levantar una casa era como hacer un armario gigantesco, y con esa idea comencé la tarea», recuerda Pablo Gonz, ahora empeñado en elevar un invernadero.

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