Diario de León

Donde las Hurdes se llaman... Soria

l Rimpego rescata el bellísimo libro de viajes de Avelino Hernández que tantó influyó en la obra de Llamazares. Filandó n «en este libro, Avelino Hernández se hizo el escritor que quería ser». así presentan desde la editorial leonesa rimpego la gran obra de viajes (por otra tierra extrema) que acaban de recuperar «Este libro demuestra que el talento es capaz de alentar el brote de nuevas obras maestras»

j. bennassar/ T. Ordinas

j. bennassar/ T. Ordinas

Publicado por
emilio gancedo
León

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T oma cuanto jamón, chorizo y pan de hogaza te ofrecieren. Y bebe en todas las fuentes. Vuélvete a mirar atrás, desde el recodo de la cuesta, al marcharte de un pueblo hecho en valle, en cerro o en ladera (...). Habla con todos los viejos que te encuentres». Nada malo puede venir después de estos consejos iniciales, y sí mucho de belleza ruda y directa, de introspección, de paisaje y paisanaje vistos con los ojos de la sensibilidad poética y del mucho conocimiento histórico y etnográfico, de tierra comprendida desde el amor y desde el humor. Porque así comienza uno de los libros de viajes más intensos y mejor escritos de la literatura española, Donde la vieja Castilla se acaba: Soria , de Avelino Hernández, relato a pie de surco de otra provincia extrema, tan lejana a la leonesa en lo geográfico como cercana en cuanto a olvidos institucionales y a sangrías poblacionales, hermanadas ahora a través del sello local que la acaba de rescatar, Rimpego. Y que cuenta con un prólogo arrebatado de Julio Llamazares en el que el autor montañés confiesa el débito que lo une a ese autor prolífico y honrado que era alto como un chopo, sabio como un erudito y auténtico como un paisano de pueblo.

«Más que un libro es una declaración de amor, una introspección poética, un recorrido por una tierra que es más que eso... una exaltación, en fin, de todo lo que la literatura tiene de misterioso y de emocionante», puede leerse en la presentación, y también que esas cosas han hecho que la obra se haya convertido ya «en un clásico de la literatura castellana y española, y es lo que hace que continuamente uno regrese a ella como a esos libros que nunca mueren, porque son vida en estado puro».

En otro momento del prólogo, además, se recuerda Llamazares de joven, recién llegado a Madrid, cuando empezó a colaborar en prensa y le enviaron a la provincia soriana a escribir sobre el famoso ‘paso del fuego’ de San Pedro Manrique (esas pisadas rituales sobre las brasas, llevando la moza a la espalda en la noche de San Juan). Con ánimo de documentarse y de empaparse de las cosas de allá adquirió previamente el libro, atraído por su sugestivo y elegíaco título, y siguiendo sus indicaciones y senderos —unos párrafos que le impresionaron «como pocas veces una lectura me ha impresionado»—, llegó a Sarnago, el primer pueblo abandonado que viera en su vida, un momento único y sobrecogedor, «cuando el sol lo enrojecía llenándolo de un misterio y de un silencio extrañísimos que la tarde del solsticio de verano acentuaba». Lo ve claro el de Vegamián: «Aquella tarde nació en mi corazón el embrión de la novela que escribiría andando los años y que le debo, no tengo duda, al bueno de Avelino Hernández: La lluvia amarilla ».

Y por cierto que luego le conocería personalmente para ir labrando, poco a poco, la amistad profunda y sincera de dos seres a quienes duele en el alma —como sólo son capaces de doler los amores de verdad— el silencioso drama del mundo rural hispánico.

De caminos y barrancos

Donde la vieja Castilla se acaba: Soria apareció originalmente en 1982 y se reeditó dos años después con más empaque y una bella portada del recordado ilustrador berciano Tino Gatagán. Joaquín Alegre, el editor que ahora la acaba de rescatar con mucho cuidado en tipografías y materiales, y con magníficas fotos de aquellos años, tomadas por Joan Bennassar, Teresa Buberos y la viuda del autor, Teresa Ordinas, recuerda que aquellas páginas se convirtieron pronto «en un libro de culto, cuyos ejemplares se disputaban en librerías de viejo los coleccionistas». «Avelino siempre quiso reeditarlo, pero se le atravesaba proyecto tras proyecto —escribió medio centenar largo de libros e incontables colaboraciones—, según me ha contado su viuda», continúa Joaquín Alegre, y opina: «Sin embargo, yo creo que hubo algo de vértigo, de no querer tocar un libro con el que se había desafiado a sí mismo. En unas notas autobiográficas llegó a decir esto: ‘Cuando escribí textos de viaje, expresamente quise romper el epigonato de Viaje a la Alcarria , que se extendía como un cáncer, y modelé otra horma’. En este libro, y desde mi punto de vista, Avelino Hernández se hizo el escritor que quería ser».

Pero, ¿qué hace una editorial leonesa recuperando tan castellanísimo título? Responde el responsable de Rimpego acudiendo a la frase que llevaba como mascarón de proa, o a modo de heráldica divisa, el primer libro del sello que fundara en 2013: «Es un bellísimo pensamiento de Miguel Torga, ‘lo universal es lo local sin paredes’. Nuestra editorial está avecindada en una bocacalle que da salida al universo. Somos leoneses y orgullosos de ser de aquí, pero eso no impide que miremos el ancho mundo como nuestro hogar. Y Soria es un territorio fraternal, no poco parecido a León». Además, alude a la columna titulada Castilla que Llamazares escribió hace unos días en El País : «Allí está todo. La admiración sincera, la realidad geográfica, el respeto a la identidad y el verdadero cosmopolitismo: rubrico lo que soy, pero respeto y admiro lo que eres», reflexiona el editor.

Y a quienes nunca hayan oído hablar de este hombre, ¿cómo explicarles quién fue Avelino Hernández? «Raso y por derecho: un genio de la pluma, aunque escribiera con bolígrafos baratos —define Alegre—. Y un tipo admirable, tan carismático que tras su fallecimiento en 2003 sus alrededores inscribieron la asociación ‘Amigos de Avelino’, ¿que mejor homenaje? Desde luego es un autor imprescindible, con una prosa incomparable que hizo libros irrepetibles. Sin duda, Donde la vieja Castilla se acaba es uno de sus obras mayores. Y uno de los libros de viajes más importantes de nuestro país».

Escribe Hernández: «Estamos ya de lleno en las Sierras de la Mesta, interminable sucesión de lomas peladas, increíbles barrancos, abruptas vaguadas, sin rocas ni arbustos, sin árboles, sin nada; cantos rodados, caliza, pizarra, cantuesos y aligas; algunos pájaros sueltos, alguna perdiz, parejas de grajos y sobre el cielo buitres sobrevolando las reses muertas o la oveja parida que ha dejado un pastor rezagada». Las suyas son frases cortas, contundentes, definitivas como la aridez de los cerros o lo inabarcable del horizonte. ¿Por qué se debería leer y releer este libro? «Porque, como en cualquier otra obra maestra, el itinerario es la disculpa y los protagonistas somos nosotros mismos reflejándonos en ese espejo retador que es la literatura... El libro es una oportunidad para encontrarnos».

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