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El minero del arte

EL MIÉRCOLES SE CUMPLIÓ MEDIO SIGLO DE LA MUERTE POR SILICOSIS DE VICTORIO MACHO, AUTOR DEL CRISTO DEL OTERO Y DE LA MASCARILLA FUNERARIA DE NUESTRO PAISANO DURRUTI. divergente

Imagen del escultor Victorio Macho

Imagen del escultor Victorio Macho

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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D esde 1952, estaba enfermo de silicosis, por su trabajo con la piedra. Entró en el mundo del arte a través de la pintura, alentado por su padre ebanista, pero profesionalmente se desarrolló como escultor. Definió su vocación el hallazgo de la obra de su paisano Alonso de Berruguete en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Pensionado por la Diputación de Palencia en 1903, se traslada a Madrid para ingresar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Lo consigue después de practicar dibujo y ensayos anatómicos en el Museo de Reproducciones Artísticas del Casón del Buen Retiro. La rebeldía ante las enseñanzas oficiales y su carácter inconformista motivan que fuera conocido entre sus compañeros como «el selvático».

Lleva una vida bohemia y forma parte del conjunto de escultores que propugna una renovación del arte frente al academicismo imperante. Entre ellos destacan Julio Antonio 1889-1919), el segoviano Emiliano Barral (1896-1936), Francisco Pérez Mateo(1903-1936), el bejarano Mateo Hernández1884-1949) y el imaginero Luis Marco Pérez (1896-1983). Juntos emprendieron la investigación artística para la exaltación de los rasgos raciales, buscando las raíces genuinas de lo hispano por medio de la escultura, para lo que se concentran en el profundo conocimiento de la imaginería española, sobre todo de los siglos diecisiete y dieciocho.

Crisol de tendencias

Victorio Macho participa activamente en la vida cultural del Madrid del primer tercio de siglo. Veladas en su propio estudio y en los cafés de Levante y Pombo, entablando amistad con Valle, los hermanos Machado, Ricardo Baroja, Penagos, Solana y Gregorio Marañón, quien interviene en el encargo del sepulcro dedicado al doctor Llorente. El mayor mérito de su obra fue hacer de puente entre el realismo y la abstracción, entre lo viejo y lo nuevo, consiguiendo una elocuente simbiosis de volúmenes y austeridad compositiva.

Entre sus obras más destacadas de esos años resalta el Hermano Marcelo (1920), su hermano muerto, que aúna sincretismo formal y violencia expresiva. Realizada en granito y mármol, está depositada en la Real Fundación de Toledo Casa-Museo Victorio Macho y es, a juicio del historiador del arte contemporáneo José Marín-Medina, «la más hermosa escultura yacente del siglo veinte». El resto de sus primeras obras son bustos-retratos, aunque se consagró como escultor con su primera obra pública, el monumento a Galdós (1919), emplazado en el Retiro. En 1920 efectuó un viaje a París y se integró en la agrupación gremial de artistas plásticos, cuyo manifiesto de 1931 se oponía a la burocratización y arbitrariedad con el arte. En 1921 plasma su vertiente vanguardista en el monumento funerario al poeta Tomás Morales (1921), que funde cubismo y simbolismo expresionista.

En este momento su obra trasluce un giro de modernidad, que se materializa en figuraciones geometrizadas y hechura sintética, una expresión reveladora del cruce entre la sobriedad clásica y la tensión innovadora. Sus conjuntos monumentales delatan un sentido arquitectónico y constructivo. En 1922 gana el concurso de la Academia de Medicina para un monumento a Ramón y Cajal en el Retiro, que concibe como una fuente presidida por la figura del sabio recostado. Su rigor compositivo y la expresión clásica de reposo y austeridad que transmite el conjunto hacen de la Fuente de Cajal una de las cumbres de su arte. Sale de España durante la dictadura de Primo de Rivera y se instala en Hendaya. En 1924 participa en la Bienal de Venecia y un año después en la muestra de artistas ibéricos que supone una afirmación de la vanguardia. Allí expone la Victoria del monumento a Elcano de Guetaria, que combina a la perfección el sello clásico de la Niké griega con su esquematismo neocubista. Modela a Unamuno (1930) en Hendaya, mientras esculpe la figura de su madre en mármol gris, logrando una de sus figuras más expresivas.

Entre 1927 y 1930 se erigió en Palencia su monumental Cristo del Otero, esencial y severo como el paisaje que lo rodea. En 1936 fue nombrado académico de Bellas Artes. Al estallar la guerra, marchó a Valencia, luego a París, y finalmente se instaló en Colombia. En 1940, se trasladó a Perú y en 1952 volvió a España, para fijar su residencia en Toledo, donde construyó su casa-museo en el emplazamiento de Roca Tarpeya, sobre el Tajo.

Su evolución estilística tiene como punto de partida una etapa, la única propiamente realista, en la que, influido por la escultura de Julio Antonio y la pervivencia del regeneracionismo noventayochista, retrató tipos populares españoles. Un realismo recio y austero que releva al academicismo de resabios modernistas que entonces desvirtuaba la escultura. Luego se produce una purificación formal que busca la robustez y esencialidad de los rasgos, en un estilo que califica como «arquitectónico y musical». En su etapa americana, introdujo mayor simbolismo. Publicó algunos escritos de reflexión sobre la naturaleza de la escultura española, plasmando su pasión por Alonso Berruguete, a quien dedicó su última obra, que preside desde 1963 la plaza Mayor de Palencia.

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