Diario de León

Jefes nazis... metanfetamínicos

l El ensayo ‘El gran delirio’ revela el consumo de drogas de los jefes alemanes durante la guerra. el gran delirio Norman Ohler Destino. 2016

maurizio gambarini

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miguel lorenci
León

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T heodor Morell, médico de Adolf Hitler, le administraba 74 estimulantes distintos para mantenerlo activo. Goering se chutaba morfina y esnifaba éter. Rommel, el zorro del desierto, diseña sus campañas atiborrado de anfetas. Las drogas fueran uno de los pilares del poderío militar del III Reich. La metanfetamina corrió por la sangre de los solados alemanes desde la invasión de Polonia al cerco de Stalingrado, la defensa de Normadía o la caída de Berlín. Se administraba a escala masiva en todos los frentes donde combatían unos militares nazis híperestimulados y metanfetamínicos. Tanto como los civiles. A investigar el alcance de este aquelarre químico en el III Reich ha dedicado cinco años el historiador Norman Ohler (Zweibrücken, 1970). El resultado es El gran delirio (Crítica), un ensayo alabado por muchos de sus colegas que llega ahora a los lectores españoles. El uso de drogas para envalentonar a las tropas y vencer el agotamiento es tan viejo como la humanidad. Pero de las hierbas y pócimas que se administraban mongoles, tracios, griegos o las legiones de Roma a las pastillas suministradas a los combatientes de Las Ardenas, Corea o Vietnam media un abismo químico. Lo realmente novedoso, cuenta Ohler, es la dimensión que la distribución de drogas alcanzó entre las tropas y la ciudadanía alemanas durante la II Guerra Mundial. Algo que convierte al ejército nazi en la avanzadilla del uso masivo de estimulantes sintéticos. Revela Ohler como la Wehrmacht reclamó a la industria farmacéutica nazi la friolera de 35 millones de pastillas y como con esas píldoras cambiaron para siempre su forma de batallar. La farmacopea nazi fue variada y abundante, pero Ohler destaca entre todas las drogas de las que ha tenido noticia el ‘Pervitin’, un tipo de metanfetamina similar al ‘cristal’, suministrada a espuertas a las tropas alemanas. Una sustancia «especialmente pérfida, potente y adictiva» que sería decisiva en la ‘blitzkrieg’, la guerra relámpago que Ohler no duda en definir como «un colocón» con sus consecuentes «subidones y bajones». El fulgurante movimiento de las tropas alemanas y sus divisiones acorazadas tenía su ‘gasolina química’ en las toneladas de ‘Pervitin’ que provocaba brutales «tomentas químicas» en el organismo de unos soldados trasmutados en seres temerarios e híperactivos.

«Todos frescos y despabilados. Máxima disciplina. Leve euforia y gran dinamismo. Animos levantados, mucha excitación. Visión doble y cromática tras la toma de la cuarta pastilla», se lee en un informe oficial de la Wehrmacht que el historiador ha manejado sobre el efecto de las sustancia euforizantes en sus miembros. Detalla Ohler la fabricación el consumo y la distribución de estas drogas de guerra con infinitud de testimonios. Cuenta como muchos motoristas ejercían de camellos uniformados y recorrían el frente con cargamentos de pastillas que libraban a los soldados del pánico, el hambre y el agotamiento. «Una pastilla de ‘Pervitin’ al día y dos por la noche» era la dosis recomendada en un texto autógrafo del comandante en jefe Von Brauchitsch. Para sus consumidores era la ‘pervitina’ o la ‘pastilla Stuka’ ya que era la que se administraba también a los pilotos y efectivos de la fuerza aérea, la ‘Lutwaffe’, para sus razias aéreas. La ‘pervitina’ corría también entre las tripulaciones de navíos y submarinos, pero donde más demanda tuvo fue entre los aviadores. «Me siento extasiado, como si volara por encima de mi avión» confesó uno de estos pilotos metanfetamínicos».

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