Diario de León

La novelista que vino del frío... pirenaico

l Luz Gabás ubica en un balneario su tercera historia. Vive en un valle aislado, escucha heavy, cuida de sus gallinas y fue alcaldesa del PP. Después de vender 500.000 copias de ‘Palmeras en la nieve’, luz gabás explica las claves de ‘Como fuego para el hielo’

La autora oscense habló de su nueva obra en la villa de Benasque

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Publicado por
CHAPU APAOLAZA
León

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E l valle de Benasque se une con el mundo por un cordón umbilical de asfalto, estrecho y retorcido en el que los coches, cuando se cruzan, meten tripa para no chocar. No mide más de cuatro metros de ancho. Serpentea entre las sombras de las sombras, por el fondo helado del valle. El camino discurre entre el cortado del monte del que brotan chupones de hielo blanquecino y las aguas vivarachas de color de jade del deshielo en el río Ésera.

Ese embudo al que llaman El Congosto de Ventamillo es la única manera de acceder al lugar. Al fondo del valle, los tejados de pizarra de Benasque coronados de flequillos de nieve azulada a punto de desprenderse que podrían desnucar a un hombre. Mas arriba, las blancuras cremosas del pico Gallinero, desde el que, dicen, se pueden ver las luces de El Pilar de Zaragoza. Es un paisaje de lagos helados, de nieve asentada y de laderas sembradas de pinos que mantienen la verticalidad tercamente.

Al fondo, en la cuneta, posa, simpática y extraña, Luz Gabás (Monzón, Huesca, 1968), la escritora que vino del frío. Después de vender medio millón de ejemplares de Palmeras en la nieve , recorre junto a un grupo de periodistas artificialmente abrigados los escenarios de su tercera novela, Como fuego en el hielo (Planeta), muestra de una vida que terminó siendo de escritora contra toda la probabilidad biográfica. Lejos de Madrid y de sus cafés y de los círculos malditos de las letras, allá en los neveros olvidados de un valle encantado, escondido e inaccesible, prende la historia de la novelista del momento. Más allá, Luchon y la frontera francesa.

Hace cien años, cuando aún no habían puesto en marcha la central eléctrica ni habían barrenado a dinamitazos el Congosto para abrir esa carretera, del valle se salía por allí, por Francia. Cuando Luz era una cría en la casa de la familia en Cerler, allí arriba del valle, no había televisión. Había un fuego y un padre que contaba historias y una niña que escuchaba los ecos de otros mundos posibles. Paco había sido capataz de una plantación de cacao en Guinea. «A falta de tele, escuchábamos». La segunda de las escenas en las que se forjó la novelista discurre en la biblioteca municipal de la localidad de Monzón: «Ese era nuestro club de lectura».

Leer, leer y leer

Allí, la niña que fue acaricia los lomos de los libros de Salgari, de Verne y de Ramón J. Sénder. «Leíamos todo lo que pillábamos». Hasta las biografías, la de Napoleón, por ejemplo. Con doce años, ganó un concurso de redacción. Después, Lovecraft y Poe la hicieron lectora y arrancó a escribir un diario del que solo conserva un volumen. «Los demás, los quemé».

«Con 17 años, conocí el mundo», recuerda. Pasaba un año estudiando en California, lejos del valle. Después vinieron la facultad, Filología Inglesa y quince años de profesora de inglés en la Facultad de Ingeniería de Zaragoza. Eso le dio un primer don que conserva: «Te puedo decir cómo se monta una lavadora en inglés». La novela estaba a punto de llegar. La escribió cuando volvió a vivir al valle con su marido y buscó en Internet: «Qué hacer para que te publiquen una novela». «Leí que no había que atosigar a las editoriales, pero sí enviarles parte del manuscrito con una nota».

En la puerta del frigorífico tenía pegada una lista con todas las puertas a las que había tocado. La última era la autoedición. Luis Miguel, un amigo suyo, se acercó un día a esa lista, la leyó y le dijo: «Apuntas alto». En Planeta, Raquel Gisbert, la editora de María Dueñas, tardó un año en abrir el sobre. «Encargué el informe de lectura y los resultados fueron muy buenos». En ese tiempo, Luz había movido el manuscrito por muchas editoriales y le había comprado la idea una pequeña firma de Lleida. Gisbert fue a hablar con ellos y le cedieron los derechos.

Después de la exitosa trilogía del Baztán de Dolores Redondo, Gabás llegaba con la primera parte de su trilogía emocional pirenaica. Bingo. Bienvenida al mundo del ‘bestseller’. «En realidad el ‘bestseller’ no depende de mí. Eso solo significa que se vende mucho. Si a la gente no le gusta, no lo lee». Para ese tiempo, Luz ya representaba todo lo que no era, en principio, una novelista. Vivía en una montaña, era la alcaldesa del Partido Popular de su pueblo (no la reeligieron en las últimas elecciones), tenía un caballo, unas gallinas, una colección de discos de heavy metal y medio millón de copias vendidas. «En realidad todavía me estoy explicando qué ha ocurrido».

La trilogía montañesa

Ha vendido los suficiente para no saber ni cuántos ejemplares ni cuánto dinero ha ganado. «De eso se ocupa mi hermana», se excusa. Con Palmeras en la nieve , una historia ambientada en Africa y en el valle en el siglo XX, Gabás se planteó sus orígenes. «Quería saber quién era». Con Regreso a tu piel se fue al XVI para reflexionar sobre la muerte para demostrarse «que no es el final». Había perdido a Paco, su padre. «Ahora quería indagar sobre la existencia. Vivir es tomar decisiones y yo me planteo la vida de gente que puede decidir y otros por los que decide la vida misma». El proceso es el contrario al de historia-justificación-argumento.

«Primero se me ocurre la palabra y después busco los personajes y la historia». Esta vez se enfrentan el fuego, que es la pasión y el hielo, el deber, en una historia de amor y aventuras ambientada en los principios del turismo termal en los Pirineos que floreció en varios lugares menos en Benasque. «Allí», señala la autora. Sobre un risco, un edificio gris como el nido de un buitre, comido por el tiempo y al que no se puede acceder en invierno por el riesgo de aludes. En la novela, ambientada a mediados del XIX, esa es la casa de Attua, el protagonista. De nuevo, la historia al rescate del olvido geográfico. La secuencia mareante de hoces y de picos desde el Turbón, romo y amable como un gigante dormido, hasta el Aneto compone para ella un mapa de significados, el código de un lenguaje propio.

Quién iba a imaginar que aquellas cimas serían las de ventas.

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