Diario de León

«Creer en Dios es como montar en bicicleta»

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León

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N acho Abad no se cree a sí mismo. Por eso escribe tan poco. Además, tampoco se cree el mundo. Es un tanto cínico y los cínicos siempre esconden una carga importante de melancolía. Así que Nacho, que podría estar dando conferencias y firmando ejemplares de sus novelas, se dedica a trabajar por cuenta ajena. Cada día escupe en Facebook genialidades con las que cree que pone su prurito a resguardo, pero es una ilusión. Al final, los likes que recibes no son más que una manera de satisfacción vicaria, que el mundo de este Black Mirror sólo puede gestionarse desde la displicencia y la arbitrariedad. «Conocí a un amigo de Facebook en persona y no me cayó tan mal», escribió un día en su muro. Confiesa sus filias y fobias sin rubor y asegura que de todas las maldades de las que es responsable Montoro, la que peor llevo es, sin duda, el nuevo disco de Sabina o que cada vez que lees una columna de Azúa pierdes un día de vida.

La mayoría de sus jacultarias tratan de mostrar que, aunque tratemos de ocultar la realidad con eufemismos, el absurdo siempre sale a la superficie y solo necesita cincuenta caracteres para explicar lo mismo que hizo un capítulo de una hora de Black Mirror : «Cuando leo que alguien termina su estado con un «¿Qué opináis?» me da la impresión de que en el fondo le importan una mierda las opiniones de los demás, y que sólo aplica una estratagema barata para intentar aumentar su cuota de likes y comentarios. En ese momento siento unas ganas terribles de dejar de seguir, de bloquear, incluso de trolear ese estado. Pero enseguida dudo de si es algo tan reprobable. ¿O sí que lo es? ¿Qué opináis?».

Hace unos meses dejó de escribir los poemas en prosa con los que suavizaba el prurito literario, ‘El butano popular’. Sin embargo, de vez en cuando sigue sirviéndose de la red para mostrar que el talento no desaparece ni siquiera cuando uno se esfuerza en que le abandone: «Hace un año y unos días, en Estambul, junto a una japonesa, un saudí, una inglesa y un turco, al salir de ese mismo lugar, entre la nieve sucia como un cuerpo herido, encontré una llave y bromeé, bromeamos, con la posibilidad de que abriera una caja perdida de Agatha Christie, nevaba mucho, no se veía nada, hacía frío, estábamos borrachos, alguien nos había hablado de una cerradura huérfana, éramos jóvenes, mucho más jóvenes que cualquier otro día de nuestra vida, hacía frío,un caudal humano nos arrollaba, buscábamos un tranvía hacia el otro lado del Cuerno de Oro, con una botella de yeni raki en el bolsillo del abrigo, y ahora, quizás de una forma poética, nada franca, creo que esa llave acerada y fría abría una distancia enorme y frágil, la que dista entre la vida y la muerte, 365 días entre una y otra noche, me pregunto si todavía estará nevando sobre el agua del Mármara que se traga el Bósforo, ahora que empieza a nevar sobre el hielo del Báltico...»

Y así, sigue autolesionándose, o lanzando llamadas de auxilio, mostrando el cinismo que sólo la amargura es capaz de crear: «Tiene lógica que me haya cerrado a mí mismo todas las puertas al mundillo literario. Creo que es un favor que mi yo del futuro me ha hecho a través de alguna tecnología que aún no conocemos», escribía hace poco en su muro.

La política tampoco escapa a la mordacidad de Abad y describe con socarronería el duelo ante la muerte de Fidel Castro: «Si hubiera dejado de fumar hace 75 años, pues ahora no estaríamos lamentándonos», la intolerancia de ciertos movimientos: «Los antitaurinos y los antiabortistas se dan un aire», o las paradojas del sistema legal: «El sistema no es injusto por la condena de Strawberry. El sistema es injusto porque Strawberry no hablaba en serio». Crítico con todas las consecuencias, incluso pone en jaque la limpieza de la mundo de la literatura, demostrando que no paga peajes: «Si al pinchar la burbuja inmobiliaria se desató una crisis que financiera sin precedentes que cambió el panorama social del país, ¿qué ocurrirá cuando pinchemos la burbuja literaria? No reírse que estoy calentito, que dirían en Perfopoesía».

Y, a pesar de que en la entrevista confiesa que la aplicación nunca se ha vuelto contra su cuenta, no duda en preguntarse si «facebook es una herramienta de control moral»... Y, de repente, otro verso, —«hacía mucho tiempo que no éramos tan jóvenes»— una brisa que dura poco pero que te templa el corazón con tan sólo cinco palabras con las que reinterpreta a Gil de Biedma.

Nacho Abad cree que creer en Dios es como montar en bicicleta, asegura que no ha vuelto a ver a mayoría de la gente que ha conocido, se sorprende de la cantidad de gente que aún no ha muerto —si en prensa pudiera ponerse un emoticono, aquí tendría que ir uno— y que antes la gente era mucho más joven. Yo me quedo con una que le define de manera magistral: «Sabes que has fracasado cuando los halagos te duelen más que las críticas»... no es tu caso, Nacho.

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