Diario de León

Dos charlas de radio y un libro

l El padre Aurelio Calvo plasmó en un volumen dos de sus documentadas conferencias en torno a la Semana Santa leonesa y a la Inmaculada .

Una escena histórica de la Semana Santa leonesa. La obra de Calvo ahonda en detalles de esta tradición.

Una escena histórica de la Semana Santa leonesa. La obra de Calvo ahonda en detalles de esta tradición.

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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O curre con frecuencia que los libros cumplen una determinada función en el momento en que se publican y después pasan a las estanterías de los olvidos. Sin embargo, es conveniente a veces recordarlos porque abren caminos para los datos y la investigación. Publicado en plena guerra civil, este puede ser uno: Semanas Santas Leonesas – León y la Inmaculada , de A. Calvo, que explicita en la portada algunos aspectos del mismo: «Dos Conferencias pronunciadas por el autor ante el micrófono de Radio León en sus Emisiones Culturales; y avaloradas con gran número de notas histórico-biográficas y con fotografías alusivas», con ilustraciones de Jesús F. Espino. El autor es Aurelio Calvo Alonso, sacerdote e historiador muerto en mayo de 1959. Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y vicepresidente de la Comisión Provincial de Monumentos, fueron especialmente notables y celebrados sus libros sobre los monasterio de Gradefes y de Eslonza, este último de reciente actualidad.

La actual y pujante Semana Santa capitalina tiene una larga historia, parte de cuya memoria se ha ido perdiendo o diluyendo. Refiere el libro, por ejemplo, el Viacrucis, «ejercicio que en determinados días no se conformaban con practicar en el recinto sagrado sino que le hacían fuera, en el lugar que denominamos Paseo del Túnel y por el jardín contiguo. Allí existieron hasta hace unos años las cruces de piedra, en tamaño grande, que con ese fin se alzaban y fueron colocadas por los antiguos leoneses en el dicho recorrido, hasta mediados del pasado siglo (hacia 1850) en que ordenó retirarlas la Corporación Municipal entonces existente». Por supuesto, hace un recorrido diario por las procesiones —la salida de Santa Nonia «debe de datar de la época de la exclaustración» y la procesión del Silencio se inició en 1928— y por los lugares en que se pronunció el sermón del Encuentro, refiriéndose a algunos oradores que han dejado memoria.

¿Milagro, tradición o leyenda?

Entre las imágenes, hay una alusión especial al Cristo de Llamazares —«escultura correspondiente a principios del siglo XVI, muy bien tallada»—, cuya imagen fue traída a León en 1937. Con este motivo, el agustino P. Gilberto Blanco le dedicó un poema —Gestas de Hogaño —, publicado en su colección Romancero Leonés . El coyantino Padre Blanco es, sin duda, una de las figuras de la literatura leonesa que no se deben olvidar y cuya recuperación había iniciado el también agustino leonés P. Luis Estrada en el Cancionero del Bendito Cristo de Santa María de Coyanza y otros poemas (2011). La muerte prematura (2009) de Luis Estrada impidió su total recuperación.

Respecto a los atributos de la Pasión, la corona siempre gozó de especial estimación. Escribe A. Calvo: «Procedente del Hospital de San Lázaro, edificio que, como saben muchos leoneses, estuvo emplazado en el barrio de Santa Ana, hay un Legajo o Inventario en el que se lee: ‘Venérase aquí una Espina de la Corona de nuestro Redentor, inclusa en una cristal engastado en plata y en ella se ven unas pequeñas manchas de sangre… También había un pedazo de Esponja y un Lignum Crucis de cuatro dedos de largo engastado en una cruz de plata…’. Actualmente no sabemos a dónde hayan ido a parar estas reliquias. En este mismo documento se dice que existían en [el monasterio de] San Claudio ‘dos espinas de las que pusieron a Cristo, que trajo de Roma el Cardenal Jacinto… y en una Tinaja de Talavera se mantiene incorruptible el agua que pasó por dichas sagradas Espinas y sanan sus dolencias los enfermos que la beben’». Por cierto, este cardenal Jacinto, que llegó a ser Papa con el nombre de Celestino III, «hizo en 1173 un viaje a León, Corte entonces de Reyes, enviado por el pontífice Alejandro III en concepto de Legado. Era rey D. Fernando II».

No podía faltar, por supuesto, la tradición o leyenda en una tierra tan rica en este aspecto. A. Calvo relata pormenorizadamente una que tuvo lugar en la Procesión de Penitencia del Jueves Santo: «Un año, que debió de ser hacia fines de la tercera década del siglo XVII, aconteció en nuestra ciudad un emocionante y raro suceso, el cual tuvo lugar durante el recorrido de esta procesión». Se refiere —y lo narra con detalle— a la niña que estaba presa con tres vueltas de la ?soga del Cristo con la cruz a cuestas que procesionaban, las dos por los hombros y la otra por la cintura. El hecho conmocionó a la ciudad.

No era pujante, más bien inexistente o poco extendida y notable, la celebración de la Semana Santa en la provincia. Nada que ver con lo que hoy ocurre. Por eso hace solo un recorrido, aunque bastante detallado, por la de Sahagún, de la que anota en los últimos párrafos: «… de conformidad con las impresiones que tenemos, hoy, gracias al celo de las autoridades, lo mismo eclesiásticas que civiles, se van corrigiendo algunas deficiencias y debilidades humanas que de tiempos atrás parecían venir empañando un tanto el brillo de los actos religiosos relativos a las procesiones».

«En el bello pórtico de la bella iglesia (Catedral), la bella imagen de María, sonriente, con sus pies sobre la cabeza de luzbel, que gime rabioso al verse vencido por esa Virgen soberana: Pulcra y melosa la Blanca / se yergue en su pedestal, / tiene a sus plantas vencido / el enemigo infernal…». Es rica la tradición mariana en León, parte de la cual se conserva viva. En el recorrido que hace por ella, con diversos enfoques, abundan los datos y curiosidades. En esta segunda conferencia, publicada en el libro León y la Inmaculada , anotamos los nombres de algunos personajes cuya peripecia humana e intelectual es apenas conocida, al menos para este lector que cuenta su lectura.

Anoto. El berciano P. Gonzalo de Balboa y Valcárcel, que fue el primer español nombrado General de la Orden Franciscana, a principios del siglo XVI: bajo su mandato se fundaron los conventos de Jerusalén, Nazaret, Monte Calvario, Montesión y Santo Sepulcro.

Leoneses en Trento

El P. Francisco de Torres —el Torriano—, al parecer hijo de un médico de la capital, «hizo sus primeros estudios en Alcalá. Desde allí pasó a Roma, en donde sobresalió por su competencia en las ciencias teológicas; tanto que el mismo Romano Pontífice le nombró teólogo en el Concilio de Trento. Continuó aventajando mucho en los estudios. A edad ya bastante madura emitió sus votos en la Compañía de Jesús».

Estamos ante unos datos curiosos y seguramente dignos de seguimiento. Porque no fue el único leonés presente en el histórico concilio de Trento. Asistieron otros tres más, teólogos eminentes y varones distinguidos. Así lo cuenta el autor: «D. Claudio F. Vigil de Quiñones, Conde de Luna, legado de Felipe II, quien asistió como orador y delegado del mismo; el P. Fray Juan Ramírez, de la Orden franciscana y provincial de Galicia, mandado por el mismo monarca al Concilio, y D. Juan de Quiñones y Guzmán, nacido en nuestra ciudad en 1506. A su generosidad y gallardía dicen algunos cronistas leoneses fue debida la construcción del palacio que llamamos de los Guzmanes, hoy Diputación. Los restos mortales del ilustre obispo fueron trasladados de Pamplona, donde yacían, a esta capital, y colocados en elegante mausoleo en el desaparecido Monasterio de Santo Domingo. La estatua orante que formaba parte de este sepulcro, se halla hoy en el Museo de San Marcos».

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