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EL SÁBADO 8 SE CUMPLEN 30 AÑOS DE LA DESAPARICIÓN DE GERARDO DIEGO (1896-1987), EL POETA DE LA GENERACIÓN DEL 27 QUE NOS LLEGÓ ATEMPERADO E INCLUSO MANSUEÑO POR LA COSTUMBRE, DESPUÉS DE UNA JUVENTUD REMOTA EN LA AUDACIA DE LA VANGUARDIA. divergente

El poeta Gerardo Diego, que falleció hace ahora 30 años

El poeta Gerardo Diego, que falleció hace ahora 30 años

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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S u vida rutinaria de funcionario docente y pianista ambulante disimulaba con cautelas aquella juventud de aventura, durante la que participó activamente en todos los movimientos de ruptura estética. Una precoz travesía hecha en complicidad con creadores tan inquietos o revueltos como Vicente Huidobro, el pintor Juan Gris o el embozado y lejano Larrea, a quien conoció de estudiante en Deusto y al que llegó a atribuirse la condición de invento de Gerardo Diego. De aquel período precoz echó mano Gerardo con Borges en 1979, cuando compartieron un Cervantes demediado. Porque ambos habían andado como cómplices las horas de aquel Madrid de las vanguardias alentado entre otros por Cansinos. Pero el argentino se hizo el distraído y al saludo del montañés («Soy Gerardo, Borges»), le respondió: ¿Qué Gerardo? La continuación del diálogo es tan conocida que parece inverosímil o simple invención de uno de los caricatos que nunca faltan en el mundo literario: «Diego», respondió Gerardo. A lo que prosiguió Borges: ¿Gerardo o Diego? En fin, aquel reparto del Cervantes había resultado ofensivo para un Borges pendiente del Nobel que nunca iba a llegar, y todo pudo suceder.

AMORES CLANDESTINOS

Ahora que se conmemora el nonagenario de la generación del 27, conviene recordar que Gerardo Diego fue uno de los artífices cumplidores de la efeméride, que tantos proyectos dejó en yerbas. Su antología del grupo, con dos ediciones en 1932 y 1934, tuvo el enorme mérito de acabar imponiendo la nómina de autores que propuso, integrando a los poetas del 27 en el sistema más amplio y ya consolidado de la poesía del primer tercio de siglo. No actuó como el meteorólogo que acierta el tiempo venidero, sino más bien como el aguafiestas económico que con sus augurios acaba provocando un colapso. Aunque en su caso lo hace con fundamento. Si en la edición de 1932 consulta nombres y poéticas a los convocados por afinidad y cercanía, dos años después resuelve el trámite explicando que tal es el censo de nuevos poetas y esas también sus orientaciones. El homenaje de Gerardo a Góngora, emblema generacional «que tiene gran razón para su orgullo», según Cernuda, será el libro Fábula de Equis y Zeda (1932), cuyo Brindis dedica a nuestro paisano Basilio Fernández, de Valverdín, entonces alumno suyo en el instituto de Gijón: «A ti Basilio en igualdad de clima / con los signos más puros del paisaje/ a ti que rozas la rebelde cima/ con sólo acariciar el fuselaje/ a ti ante el coto de la reina en veda/ en tres tiempos te brindo equis y zeda». Este libro quizá sea el mayor logro poético de Gerardo Diego por su destreza para conjugar los módulos de la poesía clásica renacentista o barroca con temas y asuntos de la vanguardia. Resulta deslumbrante el encaje de las sextinas clásicas con el humor que aliña asuntos amorosos o urbanos, parodiando en homenaje las fábulas mitológicas del barroco.

El crítico Miguel García Posada, que sucedió a Gerardo en la cátedra del instituto madrileño Beatriz Galindo, cuenta en el segundo volumen de sus memorias cómo el poeta enamoradizo conoció en el instituto a la musa de sus poemas a Violante, que ven la luz entre 1959 y 1962. La Fábula de Equis y Zeda se corresponde con los amores del poeta con Bebé Vicuña de Morla (1892-1961), la atractiva dama chilena mujer del encargado de negocios de aquel país en la embajada de Madrid Carlos Morla. Ambos convirtieron su casa frente al Retiro en albergue de los poetas del 27, en una relación diaria cuyo relato edulcorado administró el marido en sus diarios. Carlos y Bebé compartían casa, pero no cama, dedicado cada cual a sus afectos. Bebé, viajera estival a Santander y Somo, es el «amor, amor, amor -de seis a siete- de las citas clandestinas en Madrid, que iluminan una de las expresiones más eróticas de la poesía española: «para ti el fruto de dos suaves nalgas / que al abrirse dan paso a una moneda». Pedro Salinas, que alardeaba de cotilla con su fraternal Guillén, le advierte desde Santander cómo anda «Gerardo enamorado, pero no de su novia, sino de otra». Sin más reproche, pues Salinas dedica entonces sus tres libros amorosos a su relación con la americana Katherine Whitmore.

Poesía dual

Gerardo había compartido el Premio Nacional de 1925 con Rafael Alberti. Versos humanos y Marinero en tierra . En aquel libro premiado figura el soneto al Ciprés de Silos, que generaciones de escolares aprendimos de memoria. Pero su obra poética repartida entre tradición y vanguardia rebasó los cuarenta títulos, salvando con más frecuencia de lo que cabría pensar los riesgos del pastiche. Aunque no siempre, es preciso señalarlo, pues en la abundancia desmedida del virtuoso también aparecen muecas. Pero la alianza entre tradición clásica y alardes de vanguardia sitúa la poesía de Gerardo Diego en la órbita de líricos peninsulares mayores como Fernando Pessoa. De hecho, la poesía de vanguardia de Gerardo alberga una apetencia de infinito que sólo puede colmar el arte, extremando la tensión en sus poemas de imágenes y rimas arbitrarias, hasta alcanzar audacias insospechadas.

Frente a la fama escolar de su soneto al Ciprés de Silos, la crítica más atenta resalta el soneto Insomnio , de 1930. «Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes. / Duermes. No. No lo sabes. Yo, en desvelo,/ y tú, inocente, duermes bajo el cielo./ Tú por tu sueño y por el mar las naves». Lo recita en su viaje en avión uno de los personajes de los Cuentos peregrinos de Gabriel García Márquez, como homenaje a esta pieza prodigiosa de la lírica, que concluye en su último terceto con el paroxismo del poeta velando el sueño de la amada prohibida: «Qué pavorosa esclavitud de isleño, / yo, insomne, loco, en los acantilados,/ y las naves por el mar, tú por mi sueño».

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