Tortuosa relación de amor

O curre a veces que uno llega de oídas a un autor que le acaba resultando deslumbrante. Tal es el caso, con una novela novedosa tanto en planteamientos como en desarrollo, ajustados unos y otro, aparentemente desquiciada pero muy lúcida. El fluir de los sueños y de las historias —con «ese habitual runrún de mi cabeza, que no podía ni pensar»— se va deshilvanando con naturalidad, reflejada además en una prosa sin ataduras, sin fisuras, como un torrente que no cesa y que desemboca en un desenlace totalmente inesperado, lo que intensifica el poder de la obra que, breve por otra parte, se lee de una sentada. Un narrador intenso.

Un joven poeta se enamora de Sylvia, «la mujer más bonita de toda la ciudad», «tan hermosa y tan relevante en la vida cultural, poetisa y subdirectora y… que se enamoraba, que me lo dijeron en más de una ocasión…». Pero la verdad fue que «nos habíamos hecho daño desde que nos conocimos», y así Sylvia se convirtió en «el amor de mi vida, el odio de mi vida».

Así el poeta enamorado irá desgranando el proceso del amor y del desamor, de un amor doloroso lleno de sufrimiento («no hay en mí / ni un solo pensamiento / que no duela»). Una tortuosa relación, la historia de una pasión arrolladora y no correspondida. «Si nunca has suplicado de rodillas que no te abandonen –leemos-, si no te has arrastrado a los pies de la persona a que amas… si no te has desgarrado en la soledad de tu casa, ni has besado su fotografía con una ternura que desconocías, ni has apretado su camiseta entre tu cara y la has olido y la has empapado con tus lágrimas, entonces es mejor que me dejes en paz y te vayas por ahí, porque no entenderás ni una palabra de lo que quiero contarte, ni una sola palabra».

La presencia de la madre y la ausencia del padre, las interesantes notas metaliterarias, incardinada?s, entre otras, en el desarrollo de la historia, tan personalmente contada, son otras tantas razones que nos hablan de talento y maestría. No me cabe la menor duda.