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poesía

El viaje hacia uno mismo no termina nunca

los poemas de horacio e. cluck Luis Miguel Rabanal Huerga y Fierro, Madrid, 2017.

Publicado por
josé enrique martínez
León

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E ste cuento se ha acabado fue el título que Luis Miguel Rabanal eligió para el conjunto de su poesía en 2015. En mi reseña indicaba que habría cuento mientras hubiera poeta. Y así ha sido, como lo confirma su nuevo libro, Los poemas de Horacio E. Cluck, trasunto de Rabanal, su otro yo, uno de Los constructores de palabras , como se titula la primera parte de las cinco de que consta el poemario. Al parecer del prologuista, Andrés González, que ha escrito una excelente introducción, en los libros de Rabanal hay siempre «un relato subrepticio», que en este caso es quebrado y fractal, como él dice. Los poemas aludirían a la infancia y los comienzos literarios, recorriendo en las partes sucesivas el descubrimiento carnal y los primeros conflictos vitales para desembocar en «el viaje a ninguna parte», al territorio perdido de Olleir. Sea tal el relato, lo cierto es que Rabanal evita el marchamo realista en favor de lo imaginario, lo borrosamente recordado y brumosamente reconstruido. Sí, a mi parecer, los poemas primeros son un ejercicio de memoria -como lo son todos los del poemario-, el ejercicio de un yo que evoca los otros yos del pasado desde una inmensa sensación de soledad y fiando al poema, si no el consuelo, sí el vertido fragmentario del recuerdo.

Por lo demás, se trata de un poemario de cuidada construcción: las partes impares, que son tres, constan cada una de doce poemas en verso; las impares, alternado, se componen de diez poemas en prosa cada una. Estas llevan el mismo título, «Desnudos», sin duda porque los cuerpos son los protagonistas, y el deseo, la pasión, la carne y el sexo, cantado más bien como algo tormentoso. Lo más llamativo acaso sea la fluencia en libertad de las frases, como movidas por un cierto irracionalismo. En las otras partes en verso la memoria sigue hozando en el pasado. En la parte tercera dos ideas me llaman la atención: la de que nada es lo que parece, de que la vida es engañosa (de ahí que se hable de máscaras, disfraces y simulacros) y la de la extrañeza consiguiente, sea del sujeto, sea de la vida. La parte última incide en un territorio bien conocido, el de Olleir, el de la infancia perdida, y la posibilidad del retorno o del viaje que se resuelve al fin en el viaje hacia uno mismo, que incluye el viaje continuo hacia el amor: «De todas las ciudades que creí ver / ...solo en tu cuerpo encontré las calles perdidas / y el licor necesario».

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