Diario de León

poesía

Encañonado por la vida

el frío de vivir Sergio García Zamora Premio Loewe a la Creación Joven, Visor. 88 páginas.

Publicado por
josé enrique martínez
León

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M i bella, sólo tu sangre me alivia el frío de vivir». De esta afirmación brota el título del poemario del cubano Sergio García Zamora, un poeta joven, pero con una docena de poemarios publicados y con relevantes premios en su haber.

El frío de vivir me parece el libro de un poeta con ingenio y con sentido del poema. No me parece que sea uno de los poemarios que dejan huella ni de los que eternizan un gran poema, pero no por eso desmerece, pues ofrece otras virtudes. Una de ellas, la frase inesperada que puede cerrar un poema con una especie de conclusión imprevista y brusca. Es un signo de originalidad en un libro que distribuye su materia en cinco partes, alternando los poemas en prosa de unas con los versos de otras.

«Siempre estuve encañonado por la vida», comienza el primer poema: la vida no es cómoda, sino trabajosa y nos obliga como si nos pusiera una pistola en la espalda. La vida tiene esa cara, pero la otra es superadora y la rige el amor, que es el alivio del frío de vivir. En ese amor reside la mujer y el hijo. Y lo habitan el padre y la madre, la soledad de la madre cuando el hijo se le va, y su desolación cuando vuelve y ya no ve el rostro del muchacho que se fue. El abuelo representa las dos caras de la vida, la amable y familiar, pero en la que se adivina la estirpe de la que heredó crímenes y tierras.

Uno de los asuntos que trata el poeta es la poesía misma, como si la vida se trasparentara en la poesía o el mundo se mirara en el espejo de la misma, sin que eso desfigure la realidad tal como es. Entre bromas y veras, ironía y breves parábolas, va dándonos su entendimiento de la poesía como sangre propia y no como el próspero negocio de los que componen poemas-hamburguesa, que enseguida caducan.

Hablábamos al principio del ingenio del poeta, algo que sorprendemos en ocasiones en la frase final del poema, como aquel en el que irónicamente traza las ventajas de una casa sin ático, para terminar: «Peor que una casa sin ático es un país sin ático: un país hecho de sótanos». El ingenio mayor se muestra en la parte final del libro, en la que cada poema se desarrolla a partir de una frase hecha para rebatirla y sacarle jugo. «El que a buen árbol se arrima...» es una de ellas. El poeta se arrima al alcornoque, y como a él «hay que descortezar el poema, quitarle lo que tiene de corcho. Otros se negarán a rebajarlo con el filo. Pero esos poetas son lo que se dice verdaderos alcornoques».

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