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La forja de un rebelde

SE CUMPLEN AHORA SESENTA AÑOS DEL FALLECIMIENTO EN EL EXILIO INGLÉS DE ARTURO BAREA (1897-1957), AUTOR DE LA PRIMERA NOVELA LEGIBLE SOBRE LA GUERRA CIVIL, AUNQUE NO TUVO EDICIÓN ESPAÑOLA HASTA 1977. divergente

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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En realidad, la trilogía La forja de un rebelde (1941-1944) es mucho más que una novela sobre la guerra, a la que dedica La llama, su tercer volumen. Por sus páginas no bulle la evocación distante del exiliado que rememora sus episodios bélicos, sino la mirada cercana de quien vivió buena parte de la contienda en Madrid, en su observatorio de la oficina de prensa ubicada en el edificio de la Telefónica, donde trabaja como censor de los corresponsales extranjeros. Allí conoce a Ilsa Pollock, una socialista austriaca por quien deja a la madre de sus hijos y a María, anterior compañera de oficina. Con Ilsa se traslada en noviembre de 1937 a Alicante y Barcelona, donde publica Valor y miedo (1938), una colección de veinte relatos breves sobre el cerco de Madrid que más tarde aprovecha en la novela. Ya en París, sobreviven con traducciones y dando clases de idiomas, mientras escribe La forja, primer volumen y el mejor de la trilogía. En sus páginas rescata los primeros diecisiete años de su vida en aquel Madrid bullicioso y alegre con una mezcla muy expresiva de nostalgia y crudeza. También nos acerca la vida y costumbres de Brunete, Méntrida y Navalcarnero, pueblos de la provincia que conoce con su familia. Seguramente estos capítulos muestran algunas de las escenas más evocadoras de la trilogía, con sus tipos campesinos y sus cuadros de color. Aunque vive con su madre, lavandera del Manzanares, en una buhardilla cercana a la plaza de Oriente, adonde llega desde Badajoz al morir su padre, enseguida lo adopta para darle estudios un tío con posibles, pero la pelea familiar por su herencia, cuando muere de forma inesperada, lo devuelve de nuevo con la madre para empezar a trabajar. Primero en una tienda y luego en un banco, que abandona después de un enfrentamiento reivindicativo. Porque Barea incorpora rápidamente al paraíso infantil la conciencia de una injusticia que alienta su rebeldía. A estas alturas de su adolescencia se siente engañado y con la determinación de seguir su camino a solas, ya que no le sirve nada de lo que le han enseñado.

Cuando se publica la primera edición en español por Losada en Buenos Aires (1951), el original escrito por Barea en París y traducido por Ilsa al inglés se ha perdido, de manera que el texto es fruto de una retrotraducción de Ilsa, ahora del inglés al español. Tanto trasvase da pie a páginas salpicadas de errores y expresiones defectuosas, como las que recoge Alborg en su estudio sobre la novela española de 1962. Pero ni siquiera tales descuidos alcanzan a rebajar su voltaje literario. Cosa bien distinta fue la recepción afilada desde el interior de España, donde el viejo Ynduráin o Iglesias Laguna aprovechan las muestras de desaliño para reprocharle resentimiento o situarlo por debajo del interno Gironella.

En La ruta, segundo volumen de la trilogía, el protagonista participa en la guerra del Rif en Marruecos y saca a relucir los trapos sucios de aquel ejército y la corrupción de sus mandos en el manejo de una tropa compuesta mayoritariamente por campesinos analfabetos. La soldadesca vive en condiciones infrahumanas que alientan su deriva hacia la bestialidad. También el sargento Barea se impregna de brutalidad. El relato avanza con realismo y vigor, incorporando episodios horripilantes del horror de la guerra. Por ahí aparece Franco, como héroe con trampa y fascista en potencia. Los últimos capítulos de La ruta recogen las dificultades de su regreso a la vida civil y los primeros episodios del fracaso de su matrimonio. Trabaja en una oficina de patentes industriales y frecuenta las tertulias del Fornos, el Castilla y La Granja.

Una vez en Inglaterra, Barea comienza colaborar a partir de 1940 en las emisiones en español de la BBC con el seudónimo de Juan del Castillo. Esa notoriedad empuja la difusión de su trilogía y le lleva a ser invitado a dar conferencias literarias por el instituto republicano español que dirige el leonés Pablo de Azcárate. De esas charlas brotan sus libros Lorca, el poeta y su pueblo (1944) y Unamuno (1952), que ven la luz en inglés. La llama arranca de los conflictos que suceden en 1934 en la España republicana y enlaza la descripción minuciosa de la ciudad y la lucha del propio Barea con su militancia socialista. Barea califica la contienda como «una guerra de dos Caínes». Con su lectura asistimos a la génesis y desarrollo de un conflicto que nos muestra toda su patética crudeza. En el plano personal, Barea conoce a Ilsa, «una escritora austríaca exiliada por motivos políticos», rompe con su amante María y se divorcia de su primera mujer, a quien envía con los hijos a un pueblo próximo a Valencia, lejos de los peligros de Madrid. Más tarde, al ser destituido de su empleo en Madrid, cuando ya la ciudad empieza a resultar irrespirable, marcha con Ilsa hacia Levante y aprovecha el viaje para despedirse de sus hijos. Aurelia, la madre, se había ido a la peluquería y permanece a solas con los hijos unas horas. «Hubiera querido llevarme a la pequeña, pero sabía que no podíamos llegar a un acuerdo su madre y yo», concluye.

En 1951 publica en inglés La raíz rota, que tendrá su versión en español cuatro años después en Argentina. Se trata de una novela notablemente más floja, que refiere el decepcionante regreso a Madrid en 1949 de un exiliado en Inglaterra, quien al cabo de un par de años vuelve a Londres porque no encaja ya en el país ni se familiariza con los suyos. El relato apenas ampara la mala conciencia del autor, que había abandonado a los hijos en un momento especialmente dramático. Después de su muerte, Ilsa publicó en Madrid los 14 relatos de El Centro de la Pista (1960).

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