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Fulgor póstumo

ESTOS DÍAS CELEBRA SALAMANCA EL 30 ANIVERSARIO DE LA MUERTE PREMATURA DE ANÍBAL NÚÑEZ (1944-1987), CONVERTIDO EN «UNO DE LOS POETAS CONTEMPORÁNEOS CON MÁS FUTURO». UN CREADOR (POETA Y PINTOR) CUYA DIMENSIÓN NO HA DEJADO DE CRECER CON EL PASO DEL TIEMPO. divergente

Aníbal Núñez

Aníbal Núñez

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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L a generación que publicó sus primeros libros en la segunda mitad de los sesenta, en la ola de aquellas revueltas estudiantiles, marcó un salto cualitativo en las letras españolas. Tanto en narrativa como en poesía. Pero ciñéndonos a la poesía, aquellos terminales sesenta permiten oír voces de temple singular, entre las que destaca un incipiente Aníbal Núñez, hijo del fotógrafo, librero e impresor salmantino José Núñez Larraz (1916-1995). Fue aquel un tiempo turbio, asediado por la censura dislocada de la primavera de Fraga y sus secuelas caprichosas, del que brotó, junto a otras expresiones de mudanza y descontento, la antología Nueve novísimos poetas españoles (1970), maquinada por Castellet a capricho de Gimferrer y con el apunte desde Madrid de Hortelano y Sarrión.

Precisamente el poeta de Albacete cuenta en sus memorias los cónclaves madrileños y el encargo recibido de mediar con Ullán, quien le respondió airado desde París, lamentando su ingenuidad de alcahuete. Gimferrer tenía la aureola ciertamente bochornosa de haber recibido cinco años antes el Premio Nacional José Antonio Primo de Rivera, concedido por el ministerio de la censura. Finalmente, entre los nueve alineados por Castellet hubo poetas cartageneros, manchegos, ilicitanos, variados barceloneses y un maragato. Quedaron fuera, eso sí, nombres importantes ya entonces y después: Colinas, Ullán, Carvajal, Aníbal Núñez o Barnatán. Un proceder habitual y casi consuetudinario en Castellet, que por mano de Gil de Biedma ya había excluido a Juan Ramón Jiménez de su antología precedente: Veinte años de poesía española. La revuelta frente a la tarta novísima levantó las voces de los poetas de Claraboya y la andanada corrosiva de Ullán sobre aquella Celia Gámez-Gimferrer con sus coristas. También contó con el reproche expresado en Triunfo por Aníbal y Julián Chamorro, reprobando los manejos de imposición de autores, así como la canonización de «una poesía metropolitana de evasión y divertimentos formalistas». Precisamente en aquel tiempo Ullán, que había publicado El jornal (1965), su primer libro, en la imprenta salmantina del padre de Aníbal, dio el salto a El Bardo para sus segundo y tercer libro, marcando el camino que seguirá Aníbal en su inicial y compartido con el canario Ángel Sánchez 29 poemas (1967).

Una senda disolvente acompañada también por el inicial Agustín Delgado de El silencio (1967) y Nueve rayas de tiza (1968), en su vaciado de referentes icónicos ambientales que realza el discurso crítico de los poemas. Ayudado por la complicidad de Vázquez Montalbán con su padre, el segundo libro de Aníbal, Fábulas domésticas (1972) vio la luz en la colección Ocnos, mostrando una voz poderosa que aquilata su escritura sobre el soporte de un privilegiado sentido del ritmo y con el alarde de un gran dominio lingüístico. Son poemas acabados y maduros, que desbordan el discurso codificado en su manejo temático de la ciudad y lo urbano, con un sesgo que se traduce en el recurso al lenguaje olvidado de los pueblos, que escucha en su expectativa sedienta de revelar lo inadvertido. Sus poemas constituyen además un alegato abrasivo frente a la apariencia moderna de una sociedad que se nutre en las cloacas del régimen. A pesar de su temprana «traición» con Ocnos, Batlló lo incorpora, junto a Ullán y Delgado, a la antología Poetas españoles poscontemporáneos (1974).

Aquel 1974 crepuscular Aníbal Núñez clausura el período crítico adornado de vislumbres burlones que forma la primera etapa de su poesía con cuatro libros, que sólo verán la luz más tarde, algunos incluso póstumamente: Estampas de ultramar, en 1986; y Naturaleza no recuperable, Definición de savia y Casa sin terminar, en 1991. A través de la recuperación de la memoria léxica y biológica, el poeta se erige como chamán y zahorí rebelde del legado natural: un precursor muy consciente de la sensibilidad ecologista. «Harás el aspersorio con verbena / yerbadoncella salvia / menta fresno y albahaca». Después de rematar sus estudios en la rama francesa de Filología moderna, trabaja tres años como profesor de bachillerato, hasta ser apartado de la docencia en 1972 por motivos ideológicos. Exquisito traductor sucesivo de Catulo, Propercio y Rimbaud, regresa a la enseñanza entre 1976 y 1978, a la vez que su obra poética se orienta hacia la reflexión sobre su insuficiencia, así como la del lenguaje, para dibujar y presentar una realidad intrincada y compleja. Este segundo ciclo metapoético (1975-(1979) incluye cuatro libros y coincide con los inicios de la deriva marginal de Aníbal, que trueca su vínculo con los ambientes culturales por la pendiente de las adicciones, que le acabarán causando una muerte prematura. Taller del hechicero ve la luz en 1979, la maestría de Cuarzo en 1981 y Alzado de la ruina (seguramente, su mejor libro) en 1983, pero Figura en un paisaje habrá de esperar hasta 1993.

Aún le quedaba resuello para acometer el último tramo de poesía elegíaca y contemplativa, del que sólo ve la luz en vida trino en el estanque (1981), mientras Clave de los tres reinos y Cristal de Lorena aparecen ya póstumos. Son el legado de quien en la tribulación postrera «ha sabido ver y comprender la belleza del mundo», a la vez que cultiva con apasionado esmero sus grabados en la escuela de Bellas Artes. Así decanta su pulsión de hogar: «No todos deberían tener paso / libre al amor del fuego; únicamente / a su temperatura quien no sabe / agradecer a la madera todo / lo que da su rescoldo decidido / a morir en olor de vida». Como nos advierte José Ángel Valente en su edición de Primavera soluble (1992), «Aníbal es frágil y duro como el cuarzo, entre tantos supervivientes fraudulentos».

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