Diario de León

poesía

Desde el fondo de la barra

poesía completa Karmelo C. Iribarren. Prólogo de Pedro Simón Visor, Madrid, 2019. 696 pp.

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josé enrique martínez
León

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S on once los poemarios que componen la Poesía completa de Karmelo C. Iribarren, de La condición urbana (1995) a Mientras me alejo (2017). Su poesía está al otro lado de la poesía alambicada, artificiosa, compleja y dificultosa. La suya es realista, clara, comunicativa. Aquella es para los entendidos; la de Iribarren, para todos, incluso para los que no les gusta la poesía, porque les habla del rumor del mundo, de la ciudad y de la vida. La poesía de Iribarren va a la contra: brota en cualquier momento y sobre cualquier cosa.

Traza versos, dice, como salta la liebre, mejor con una cerveza o un whisky en la mano. No busca abstracciones ni elucubraciones, ni tampoco elevaciones; camina a ras de tierra, mejor dicho, a ras de asfalto, porque la suya es una poesía urbana que habla de la calle de modo cercano, sin evitar el taco cuando viene a cuento. Y se ríe de la poesía y del poeta que se creen eternos: él sabe que todo es pasajero, también la poesía, que además tiene sus servidumbres y sirve para poco o para nada. Para que cause el golpe de efecto que pretende, el poema conviene que sea breve y chispeante, como un chasquido. El ámbito de la poesía de Iribarren es la ciudad: canta La condición urbana del hombre de hoy, como se tituló su primer libro. El personaje de su poesía fuma, bebe y observa la calle a través de la ventana o más frecuentemente Desde el fondo de la barra, título de un poemario de 1999: gentes que pasan, solitarios entre la multitud, gestos mínimos, las luces de la autopista, las del mar a lo lejos, los tipos que se acodan en la barra del bar, «el último refugio / desde el que abrir fuego otra vez», y los viejos, ese frío que viene del futuro, que están ahí con la esperanza de estar también mañana. Y si se pone a pensar, la vida se le aparece como «un leve guiño de luz hacia la sombra»; para él la vida es un fraude , un declive continuo, una función tragicómica. La salva acaso el amor, esa pequeña patria de «mi mujer y mi hija, / estas paredes y estos libros, / un puñado de amigos / que me quieren.. / tres bares.../ Lo demás son historias».

La poesía de Iribarren, que empieza siendo amena y hasta divertida, poco a poco la va ensombreciendo la conciencia del tiempo, la conciencia de hacerse viejo; paulatinamente se va instalando en ella la neblina de la melancolía, cuando confirma que «no somos más / que el tiempo que nos queda / caminado hacia el olvido / que seremos»

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