Diario de León

ENTREVISTA

Juan Carlos Mestre: «No hay otra opción: solidaridad e insurgencia o autoritarismo y barbarie»

El poeta y artista villafranquino Juan Carlos Mestre

El poeta y artista villafranquino Juan Carlos MestreDL

León

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—’El título ‘La historia del movimiento obrero de las hormigas’ es una declaración de intenciones?

­—Da igual tener propósito o no, la poesía habla por todo aquello que la ideología no deja decir, acaso una voz sin boca que ejerce un legítimo acto de defensa frente a la soberbia obstinación del poder para mentir, para olvidar e intentar no dejar rastro de las fechorías que caracterizan la principal propensión del sistema métrico decimal, la de vender lo que sea con tal de obtener ganancias, el control a través de la ferocidad de la usura y la drástica eliminación del pensamiento disidente. Frente a la creciente y nefasta tendencia del individualismo neoliberal, la poética moderna propone la asamblea coral de los que levantan la voz para recordar que los seres humanos, en cualquier circunstancia, somos responsables unos de otros. No hay otra opción, solidaridad e insurgencia o el sometimiento a las nuevas viejas formulas del autoritarismo y la barbarie.

—¿Se pueden resumir 42 años de poesía en 22 poemas?

—Ninguna vida puede ser resumida en menos tiempo del que se ha tardado en vivirla, al menos para aquellos para los que no ha existido distancia entre la vida y la escritura, la misma cosa, semejante causa. No, ninguna intensidad, ningún dolor, ninguna pasión fraterna o amorosa, ninguna precaria satisfacción o intenso fracaso, puede ser sintetizado en el espejismo de unas páginas o en otro instante que no sea la definitiva y, hasta hoy que se sepa, inexplicable duración de la muerte.

—‘Ut pictura poesis’, reza la portada. ¿Las ilustraciones las has hecho ex profeso para los poemas del libro?

—De todo hay en la viña de las bienaventuradas hormigas, acuarelas revisitadas por una nueva visión del sueño, papeles dormidos que nunca cerraron los ojos y se asoman ahora con párpados de tinta a ver pasar la caravana roja de la utopía, palabras que se metamorfosean de crisálidas en mariposa militantes del gran vuelo de la libertad. En fin, la oficiante mirada del niño cuya inocencia y candor no debería abandonar nunca la casa moral del poeta, acaso ya la única e innegable condición a la que debería aspirar la condición humana, la de contribuir con la inteligencia estética de la conducta a que se extinga este infierno e imperen, sobre las demás demandas del imaginario político, los derechos civiles a la felicidad.

—¿Sigue siendo posible un movimiento obrero?

—Tan posible y necesario como lo es la inmovilidad burguesa para seguir manteniendo un sistema basado en el saqueo de los bienes públicos y el expolio de las clases populares. La usura que favorece el empobrecimiento y que mantiene con sueldos de miseria que rozan la mano de obra esclava solo será posible atajarla con la movilización de los sectores históricamente oprimidos, la clase trabajadora en alianza con las fuerza, hoy imaginarias, de la cultura. Y si todo lo que existe fue alguna vez imaginado, volvamos a imaginar una sociedad construida desde otros fundamentos radicalmente nuevos que hagan imposible algún día el sufrimiento humano.

—Con la que está cayendo, ¿es tiempo para la poesía?

—Es tiempo para la palabra, para pensar en términos dialécticos en la reconstrucción espiritual del mundo, y no otra cosa ha hecho la poesía desde que fundó con su palabra el conocimiento emotivo y racional del mundo. Sin poesía, el serrín jurídico de la burocracia terminaría por llenar de estiércol la gran fosa en que quieren convertir el mundo los añorantes mandamases de lo monstruoso. Claro que sí, es tiempo para ejercer el imperativo categórico de la memoria de cuanto significan las palabras: lo justo de la verdad y la absoluta libertad de la conciencia que aún ampara los conceptos de igualdad y justicia para todas las personas, sin excepción de ningún tipo, de la heterogénea fraternidad humana.

—Cees Nootebom ha dicho que, a veces, necesita «una poesía que grite por mí». ¿Tienes esa responsabilidad de gritar por los demás o también quieres que griten por ti?

—No, en absoluto, yo no creo en los paladines que necesitan alzar la voz para significar más ellos mismos que la propia causa que defienden, me hastían esas valentías de manifiesto y poco respeto me merecen más allá de su seguramente bien intencionado pero incontrolable y ganancioso protagonismo. El grito en poesía no está relacionado con el volumen, sino con el grado de resistencia que su silencio oponga a la cháchara dominante de contertulios y gafa pastas. No debería confundirse la acción que a cada cual corresponde como persona civil con la explotación del aura de lo artístico, que, de existir, está reñida con el negocio de la importancia y esas tan patéticas como inocuas calibraciones del auto enorgullecimiento, mero alpiste para las gallinas del génesis. Me basta con la música callada y la sublevación inmóvil de san Juan de la Cruz y Antonio Gamoneda, el activismo crítico y emancipador de su atronador silencio.

—¿Hay ‘fake news’ en la poesía?

—Inimaginablemente más de las que el gran imaginador de los mass media podría imaginar. Poema no es, desde luego, esa banalidad mejor o peor entonada escrita en la mitad de una página, camino del confesionario sentimental y haciendo sonar sus rimas como esquilas de un rebaño perdido en las escombreras de la chatarra futura. Sant-John Perse vinculaba la tarea poética a la acción a de desobedecer la costumbre, algo que teóricamente tiene que ver, creo yo, con ampliar el horizonte significativo de los discursos del porvenir, y no con el embuste de volver a contar la mentira de los mismo, empeorando incluso el dudoso valor de la sosa y pretérita invención.

—¿Solo nos queda resistir?

—Y amar, desesperadamente, como aman los locos, los santos y las criaturas bienaventuradas, los días de sol y la aureola de las lunaciones futuras.

—Si te lo piden, ¿qué dejarás en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes?

—Nada, nunca me he llevado bien con el entorno de las cajas fuertes, y cuanto pudiera dejar ya se lo habrán repartido bajo otro cielo menos rojigualdo los ángeles libertarios y las no menos nobles hormigas. A cajas destempladas sacaría mi vida de esa idea. La única caja de resonancia de la poesía es, afortunadamente, para sanación de petulantes y engreídos, la persuasiva fugacidad de las nubes.

—¿Cuál es tu causa para ser rebelde?

—La misma de todos los descontentos, la misma de todos los desavenidos con los discursos del ordeno y mando, la apetencia por la negación, el no de los indóciles a la sumisión de la sociedad de consumo, la necesidad de denunciar la penosa ambigüedad del ya veremos, ese asco del oportunismo y los posibilistas en busca de intercambio de favores y anodinas famas. No hace falta ser un lince para estar a disgusto con los privilegios, lo que ocurre en casi todos los ámbitos, la absoluta insatisfacción, el desamparo de los solitarios en su aparente derrota, los que aún sostienen con fuerza la idea, hecha solo con palabras, de que algún día las estrellas serán para quien las trabaja.

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