Divergente
'Infoxicados': cuando todo son malas noticias
La periodista Dolores Conquero analiza en ‘El dolor de los otros’ cómo nos cuentan las malas noticias, cómo nos han narrado las guerras y las catástrofes, y cómo un número creciente de personas evita informarse como forma de supervivencia

La periodista Dolores Conquero ha ganado el V Premio Internacional Cuadernos del Laberinto de Pensamiento con su ensayo 'El dolor de los otros'.
¿Cuantas veces puede un hombre girar la cabeza y fingir que simplemente no ve lo que pasa? , se pregunta Bob Dylan en Blowin' in the wind, uno de los himnos de los años sesenta; los de la guerra de Vietnam y la primavera de Praga, los de Mayo del 68 en París, los de la lucha por los derechos civiles, el asesinato de Kennedy y de su hermano, y del reverendo Martin Luther King. Los de la Guerra Fría y la disuasión nuclear. Y con esa pregunta, cuántas veces miramos para otro lado porque ya no podemos soportar más tragedidas, escaldados como estamos por pandemia de Covid y en medio de las guerras de Gaza y de Ucrania, del pánico arancelario de Donald Trump, de los riesgos de la Inteligencia Artificial y la ‘ecoansiedad’ del cambio climático, arranca el ensayo El dolor de los otros con el que la periodista Dolores Conquero ha obtenido el último Premio Internacional Cuadernos del Laberinto del Pensamiento.
«Nunca antes el ser humano tuvo acceso, en vivo y en directo, a tanta información, a tanto dolor», escribe Conquero. Y se pregunta si hay un límite a la hora de asimilar el dolor ajeno y en qué momento podemos sufrir lo que ahora llaman una ‘infoxicación’; cuando una persona es incapaz de manejar toda la información que piensa que debería manejar. Conquero cita en su ensayo un informe del año 2022, elaborado por el Instituto Reuters y la Universidad de Oxford a partir de 93.000 entrevistas en 46 países, que advierte de que el 38 por ciento de las personas evita informarse porque solo encuentra malas noticias. En 2017, antes de la pandemia, el porcentaje era del 27 por ciento.
Con la información narrada como un espéctaculo, convertida en entretenimiento, contaminada por la tiranía del click que está cambiando la forma de presentar las noticias y de titularlas, y con el monopolio de la información perdido por los medios tradicionales, Conquero traza un recorrido por la forma en la que nos han contado las guerras, las catásfrofes, la muerte, el dolor ajeno; desde los primeros enviados especiales a la Guerra de Crimena (la de 1853) y la Guerra de Secesión a la evolución posterior en la Guerra Civil española o la guerra de Vietnam, donde la opinión pública, informada del conflicto sin censura, fue clave para parar los combates.
La muerte en directo de la niña Omayra, atrapada de cintura para abajo tras el erupción del volcán Nevado del Ruiz y el accidente de Chernóbil, fueron «puntos de infexión» en la forma de narrar el dolor de los otros. Llegó el amarillismo más rancio con los crímenes de Alcasser, el cruel asesinato por ETA de Miguel Ángel Blanco. Y la estrategia del terrorismo islámico para que todo el mundo viera en directo el impacto del segundo avión que en las Torres Gemelas dio sus frutos. Otra vez la pregunta que se repetiría durante la pandemia; ¿mostramos o no mostramos a los muertos? Si los mostramos, le hacemos el juego al terror. Si los ocultamos, habrá gente que no sea consciente de la magnitud del dolor. «El hecho de evitar las malas noticias quizá no sea insensibilidad o cobardía, sino una cuestión de supervivencia», escribe Conquero. Y quizá la solución sea dosificar el tiempo que le dedicamos a informarnos de lo malo, el ‘consumo responsable’ de noticias para que tanto dolor no nos insensibilice. Para que la información, después de todo, cumpla su primera funcion; agitar conciencias y mover a la población a que actúe en lugar de girar la cabeza.