Oriol Rosell: 'Matar al papito'

Arriba, imagen de portada del libro. Abajo, el autor, Oriol Rosell.
Matar al papito es un libro de Oriol Rosell editado por Libros Cúpula. Interpela principalmente, aunque no de manera única, a los adultos que desean, necesitan comprender qué ha pasado en estos veinte primeros años del milenio: de dónde proviene el hechizo del sonido urbano, su capacidad para conectar con los deseos y las ansiedades de los jóvenes del siglo xxi, y cuáles son estos deseos y estas ansiedades. De ahí el subtítulo, Por qué no te gusta el reguetón (y a tus hijos, sí). Con este objetivo, en Matar al papito se despliega una genealogía detallada de las músicas urbanas —el reguetón, claro, pero también el trap y el dancehall, entre otras— conjugada con un análisis de las coyunturas sociales, culturales, políticas y tecnológicas que las han alumbrado, para entender (y quizás valorar) de qué va todo esto.
De esta manera, se narra; Monótona. Machacona. Sexista. Artificial. Vacía. Hacía mucho, muchísimo tiempo que la música juvenil no provocaba un choque entre generaciones como el desencadenado por el auge del reguetón y la música urbana. Es el género más odiado por los adultos y el favorito de los jóvenes y adolescentes. Mientras los unos se indignan con las letras, los bailes, la jerga y hasta la manera de vestir de los reguetoneros, los otros cantan, bailan, hablan y se visten como ellos. Y nada indica que este conflicto vaya a resolverse pronto. El fondo del debate en torno al reguetón y la música urbana trasciende lo estrictamente musical. Remite a una sucesión rapidísima de cambios socioculturales difícil de asumir para la Generación X, la de los padres de los fans de Bad Bunny, J Balvin y Karol G. En las últimas dos décadas el pop ha sufrido un seísmo comparable al que en su momento supuso el nacimiento del rock»n»roll. Las transformaciones en las maneras de producir, distribuir y consumir música no tienen precedentes. Tampoco las circunstancias que han precipitado estas mutaciones. Para llegar a un acercamiento a la cultura urbana a partir de las músicas que la vertebran (con especial atención a los géneros más populares, el trap y el reguetón) a través de un análisis sociocultural necesario para comprender el fenómeno musical que ha conquistado al mundo.
«¿Por qué no se consideraron «urbanos» otros también salidos de las grandes urbes, como el pop o el punk? ¿Por qué siguiendo la misma lógica clasificatoria, no se utilizó el genérico rural para agrupar al country, el folk y el bluegrass? Porque, en esencia, urban era sinónimo de «negro». (…) urban perpetuaba el cliché del gueto; un estigma que homogeneizaba a toda una comunidad, desestimando la posibilidad de lo heterogéneo dentro de ella. Reducía a un único término la voluptuosa diversidad de las músicas surgidas en su seno. (…) En 2004, el dominio de las músicas urbanas en el Billboard Hot 100 fue avasallador. En las cincuenta primeras posiciones de la lista de los singles más vendidos en Estados Unidos solo aparecían quince artistas blancos. Ninguno alcanzó el número uno, permanentemente copado por artistas de hip hop y R&B como OutKast, Usher, Ludacris, Alicia Keys y Kanye West. (…) (…) El ascenso del hip hop al frente del negocio discográfico estadounidense coincidió con el deterioro de la capacidad económica de la población caucásica. (…) El debilitamiento de la musculatura financiera de los adolescentes blancos tuvo mucho que ver con el cambio de las pautas de consumo cultural juvenil. (…) Identificarse con quienes clamaban contra la injusticia de ser pobres y expresaban el deseo explícito de dejar de serlo resultaba mucho más orgánico que seguir llorando por los amores no correspondidos. (…) El paso del utopismo al cinismo estableció la frontera invisible e infranqueable que separa a la generación X, la de los nacidos entre 1965 y 1980, de la Z. A los padres de los fanes del urban de sus hijos. La música de los primeros fue incapaz de asimilar el cambio de paradigma. La de los segundos se impuso una vez que este había culminado. El rechazo persistente hacia el reguetón y otras músicas urbanas latinas por parte de un sector importante de la población española puede interpretarse como una manifestación de actitudes postcoloniales que aún perviven en la sociedad. (…) No se trata de un rechazo de la música per se, sino de su éxito. En la aversión española al reguetón late un deje colonial oculto en el inconsciente colectivo.