Diario de León
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León

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P or primera vez y hace ya mucho tiempo estoy aquí, qué irónico, decir por primera vez cuando he compartido tantos y tantos viajes contigo, Rumania, África, Afganistán, Bulgaria, Grecia, son solo unos pocos de todos esos países que hemos recorrido juntos, unidos por el maridaje entre la noticia y la colaboración humanitaria.

Pero esta noche, tengo miedo, miedo de ti, siento que eres para mí un completo desconocido y a la vez lo único que me queda a estas alturas de mi vida. Solo tú, que has estado como un fiel compañero recorriendo a mi lado el camino que un día yo elegí, y que desde hace algunos meses ya no puedo recorrer. Únicamente tú, que has recorrido cada centímetro de mi mente, usurpado mis pensamientos y navegado por la sangre negra de mi cuerpo. Exclusivamente tú, al que inconscientemente te he enseñado mi alma y cada pedazo de mi corazón tantas, tantas veces, que quién mejor que tú para escucharme y entender lo que siento.

¿Sabes qué día es hoy? Hoy comienza el otoño, los árboles recién empiezan a desnudar sus cuerpos, y me recuerdan que en esta mañana melancólica y lluviosa he de mudar nuevamente mi edad, 60 primaveras en un día de otoño. Quizás en todos estos años a tu lado, casi toda mi existencia, me olvidé de todos los otoños, o tal vez nunca quise recordar sus respectivas primaveras. Y es que eran tantas las cosas por aprender, tantos los arcanos que enseñar y lugares que admirar... No podría decir que me olvidé de vivir, simplemente nunca quise reconocer que el reloj marcaba mis días, que cada luna era mucho más que un ¡hasta mañana! o un nuevo amarecer, y los meses de mi calendario no simplemente un ¡nos volveremos a ver! Mentiría si te dijera que no he sido feliz a tu lado, que cada momento y lugar no han sido importantes. Pero hoy, hoy sin cada resquicio de todo aquello que nos unía, no sé cómo volver a empezar este nuevo camino, llamado vida.

Quizás creí que podría volver a empezar volviendo aquí. El mismo lugar donde por primera vez sentí que quería ser tuya completamente, compartir mi vida contigo y llenar las sábanas blancas de todo tu cuerpo con la tinta negra de mi savia, tantas y tantas veces como fuera necesario, sin censurar siquiera un resquicio del parecer. Supongo que con el paso del tiempo, esa utopía se convirtió en mucho más que una simple obsesión, capaz de traspasar los limites de la perfección y el minimalismo, que sin darme cuenta me arrastraba más y más, como si de un huracán se tratara, mientras yo me dejaba llevar.

Ahora puedo entender muchas cosas, tantas palabras vanas y frases vacías que... como bien dijo ese maravilloso poeta, escritor y periodista llamado Truman Capote, «Cuando Dios te da un don, también te da un látigo para auto flagelarte». Un látigo que muy pocos escritores, quizás solo los mejores, son capaces de utilizar. Sería irónico decir a estas alturas de la vida, que jamás supe de su existencia o que nunca tuve la tentación de usarlo en más de mil madrugadas, cuando me despertaba con entre sudores para plasmar todo lo que tú me dabas. Te convertiste en una especie de droga, capaz de saciar toda mi sed y mis tormentos, a la vez que alimentabas mi ambición y envenenabas mi exigencia muy lentamente.

La palabra dependencia apareció en mi vida paulatinamente, te necesitaba, anhelaba tu compañía, añoraba tu presencia en mi mente, sentía envidia cuando no estabas conmigo, miedo de que me abandonaras para siempre. En ese momento, ya era muy tarde para autoflagelarme.

Imagino que ahora mismo ya es demasiado tarde para reproches. Ahora que ya casi te has ido para siempre y nunca volver. Sé, al igual que tú también lo sabes, que el final está muy cerca para mí, siento su presencia y olor en este cuarto ahumado de soledad donde sólo quedan libros, premios, además de muchos recuerdos de antes de conocerte incapaces de reconstruir ese juguete viejo hecho jirones que soy en este momento. Cada día, siento que me falta el aire más y más, incluso aquí en este pueblecito de las montañas del Bierzo Alto, donde es tan puro y frío, que muchas veces lo sientes entrar por tus fosas nasales como un suspiro de vida que acaricia tus cuerdas vocales rasurando tu garganta, para acabar explotando en tus pulmones como una gran ola que choca contra las rocas con ansias de libertad. Esa misma libertad a la cual renuncié al entregarme a ti y que al igual que muchos otros ya no puedo recuperar.

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