Diario de León

Un «deleatur» sobre un inquietante dequeísmo filtrado por el traductor

Publicado por
NICOLÁS MIÑAMBRES
León

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Aplicar un «deleatur» sobre un inquietante dequeísmo que se le ha escapado al traductor de Los demonios , de Dostoievski, es lo que hace el narrador al comienzo de la novela. El mismo deleatur que, de haber sido posible, hubiera aplicado Vladimir, el corrector, sobre la noticia que recibe en su casa: a las 8:50, su amigo Uribesalgo le da la trágica noticia de los atentados del 11-M. La novela es así una crónica del terror, que completa obras anteriores de Ricardo Menéndez Salmón. Un impacto de tal proyección humana y social es en la novela el origen de distintas reacciones, de las que Vlad, nombre familiar del narrador, va siendo el catalizador, casi siempre distante. Su compleja personalidad, su trabajo absorbente, sus dudas entre la creación y el amor, su sentido del pesimismo y de la maldad-¦ hacen de él un elemento «externo» al trágico suceso. Como si el impacto emocional de la tragedia sólo llegara a impresionarle en la medida en que, de forma puntual y reiterada, se lo comunican sus amigos Uribesalgo y Robayna y, sobre todo, su esposa Zoe. La novela es en principio la crónica personal de un día aciago y el convencimiento de lo que suponen los atentados: «Una errata que, para nuestra desgracia y futura vergüenza, nadie podrá ya borrar jamás» (p. 19). Aunque convencido de que «el terror es la maldición del hombre», la tragedia de ese día acaba transformada en el autoexamen que Vlad lleva a cabo. Su condición personal bascula entre el amor por Zoe, junto con el recuerdo de su hijo secreto, y la entrega profesional a su trabajo de corrector. Todo ello sin olvidar su pasado de escritor, al que ha renunciado definitivamente. No es extraño que los libros sean su refugio. Tanto los propios («siempre que algo me abruma, acudo a mi biblioteca») como la pasión lectora por ciertos escritores. Platón, Montaigne, Camus, Coetzée, De Lillo-¦ Necesitado de «un conjunto más o menos abigarrado de creencias», el narrador halla refugio «en el afecto de mi mujer y en ciertos libros. No miento. Para mí el paraíso incluye una biblioteca sin cercas de espinos» (p.68).

La aceptación de la tragedia es diferente. Zoe sufrirá insomnio durante meses, pero esa situación servirá para que Vlad intensifique sus cuidados por ella, convencido de que «somos muy poco, un hilo entre tinieblas-¦» y de que «nada nos hace tan sabios como el dolor». Son reflexiones luminosas, inesperadas, que causan un momentáneo y feliz desconcierto en el lector. Esta es la fuente esencial del atractivo de la novela: acudir a un suceso trágico para presentarlo como escenario y pretexto de reflexiones brillantes, asociaciones intelectuales inesperadas y ofrecer una concepción de la vida de hondo sentido filosófico. Todo ello concentrado en una llamativa brevedad poblada de aciertos literarios.

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