Diario de León
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La muerte y las cerezas

Elena Santiago. Menoscuarto Ediciones (col. Cuadrante Nueve), Palencia, 2009. 256 pp.

La leonesa Elena Santiago nos muestra en este libro los avatares de algunos personajes singulares marcados por un sino adverso. El camino que marca la línea vital tiene muchas lecturas e interpretaciones en sus diferentes personajes y en una trayectoria Ibérica que enlaza los dos países peninsulares en los sueños, más bien pesadillas, de su personaje central deambulando entre los almendros campestres y la ciudad de Coimbra. Antonino es un ser que transita por la vida con ansias de vivirla, que se decepciona una y otra vez pero que su naturaleza de superviviente le permite levantarse en cada nuevo fracaso e ilusionarse de nuevo.

El comienzo de la novela nos presenta la nostalgia del protagonista: «En su infancia bailaban las cerezas colgadas de las orejas de Antonino, y bailaba su cuerpo escuálido espantando su acostumbrada quietud». Entre su propia inanidad y la posesión obsesiva de su madre, «había dejado atrás Claudia cualquier brisa y cualquier color encerrándose en casa»; el motivo está claro también: «su hombre se había ido, y se había ido apagando la casa». La madre se refugia obsesivamente en el hijo que vive una infancia solitaria, miedosa y dependiente y que se mueve entre la vergüenza que le causa la obesidad de ella y el desamparo que le proporciona su desaparición: «Se rebeló ante aquel fin que se le imponía a su madre, bajo tierra». Ella le había preparado para ese momento con otro de los temas recurrentes del texto: la finca de los almendros.

Destaca, como un rayo de luz en este ambiente frío y desolador, una prometedora adolescencia amorosa que finalmente es truncada: «desvelado estuvo Antonino las primeras noches al comprender que había perdido el suelo de los amores eternos». Antonino se cría solo y solo va a vivir, aunque por su vida desfilan una serie de mujeres a las que no ama y termina perdiendo a la única que amó de verdad, sumiéndose en un progresivo desencanto. Reconoce que no había nacido para amar a las mujeres. El profundo desapego hacia su propio hijo y sus desencuentros no hacen sino profundizar en el desamparo y en la soledad del protagonista: «Lo rodeaba un caos» afirma el narrador.

Es una novela de un cierto corte psicológico que presenta la frustración y el cúmulo de desencantos con los que ha de lidiar y de los que muchas veces huye el protagonista hasta que lo rescata alguna persona que se cruza por azar en su camino y pretende enderezar el rumbo de su velero vital, el cual zozobra siempre, consiguiendo una estética ambiental de tipo más bien umbrío. Se trata, pues, de un libro profundo para leer entre la quietud del campo y la vista en el lejano horizonte.

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